MIGUEL VITAGLIANO, NUEVA NOVELA Y NUEVO SELLO EDITORIAL
“Aún tenemos que iluminar lo invisible de los ’80”
Su flamante Cuarteto para autos viejos inauguró una editorial independiente: Eterna Cadencia. Vitagliano explica el sentido de un libro que surgió a partir de una historia escuchada en un taxi. “Los taxistas son una metáfora del mundo contemporáneo”, dice.
Por Silvina Friera en página12
En esa hora extraña de la tarde, demasiado temprano para los noctámbulos que salen cuando no quedan vestigios de la luz solar, demasiado tarde para los que no ven el momento de traspasar el umbral de sus casas, Miguel Vitagliano logra imponer su voz, por cierto con esfuerzo, sobre el timbre quebrado de la voz de Joaquín Sabina, que siempre parece ganar cuanto más roto suena. En el bar de la librería Eterna Cadencia, ahora también flamante editorial que se incorpora al paisaje de los sellos independientes de la ciudad (ver aparte), el escritor habla de su nueva novela, Cuarteto para autos viejos, en la que un narrador en tercera persona despliega cuatro voces, dos timbres masculinos y dos femeninos, que crean un efecto deliberado de obra de cámara con cuatro movimientos o partes escritas en un tono contenido, concentrado, que van y vienen del “tema principal”, los encuentros y desencuentros amorosos en una Buenos Aires actual, a variaciones que multiplican de un modo perturbador los sentidos de la narración.
El experimento “musical” enlaza las historias de un taxista separado de su esposa, un coleccionista de objetos y su mujer, que tienen un “hijo diferente”, y una enfermera que se casó “demasiado joven”. “No soy un escritor que escriba sobre ‘hechos’ sino sobre acontecimientos invisibles. Me gusta trabajar los personajes desde las partes menos visibles. Todos somos bastantes invisibles y en un punto nos vemos reflejados en esa invisibilidad”, dice Vitagliano en la entrevista con PáginaI12.
–Los personajes tienen el deseo de controlarlo todo, pero de pronto un accidente desbarata sus planes. ¿La intención fue jugar con los conceptos de control y accidente casi como si fueran categorías filosóficas?
–Sí. Todos creemos que controlamos las cosas, de ahí que cuanto más creemos que controlamos, más se nos escapan de la mano. En esta novela todos los personajes calculan, no quieren perderse nada, quieren medirlo todo, por eso me gustaba el juego que se va entablando entre la causalidad y la casualidad en la novela. Ahí donde el lector podría esperar la casualidad aparece la causalidad. En este doble juego todos los personajes inventan casualidades que son causalidades. En este mundo donde todos somos invisibles me gustaba poder recuperar la visibilidad de ser invisibles. Me parece que estamos muy acotados, muy segmentados; el personaje que hace las casitas vive calculando, todos viven calculando, pero los cálculos no les salen. De los cálculos que no les salen a los personajes tiene que salir el cálculo de la novela.
–¿Esta necesidad de controlarlo todo le pasa a usted como escritor?
–No, justamente lo que hace la literatura como arte es romper el cálculo. Escribir una novela es enfrentarse a la ruptura del cálculo. Alguien puede objetar y decir que si todo aparece tan ajustado en la novela cómo es que se rompe el cálculo. Bueno, la novela tiene muchos procesos, escribir una novela es lanzarse a descubrir un mundo que no se conoce. Trabajo con dos o tres elementos que marcan un rumbo, pero después no sé cuál es el lugar de destino. Yo me lanzo a descubrir una historia. Valéry decía: “Cuando escribo un poema persigo las curvas de una serpiente que no sé a dónde me conduce”. Me parece que en una novela hay bastante de eso.
–¿Cuáles fueron esos dos o tres elementos que marcaron el rumbo de Cuarteto para autos viejos?
–A mí me interesan los taxistas, me gusta lo que cuentan, y la historia parte de algo que me contó un taxista. Hice muchos trabajos de radio, experimentando, y durante mucho tiempo, hace doce años, me tomaba taxis y grababa las conversaciones. Uno de mis proyectos era hacer una obra radiofónica con historias de taxistas.
–¿Por qué ese gusto por los taxistas?
–Los taxistas son una metáfora del mundo contemporáneo. Cada vez más pienso por qué Cuarteto para autos viejos, por qué los autos, por qué no otra cosa. Los autos tienen mucho que ver con el individuo moderno, esto de estar encerrado en una cápsula, estar detenido y al mismo tiempo en movimiento. Esta es también una contradicción del hombre moderno: uno está fijo en un lugar, pero siempre está en otro lugar... y está en el lugar equivocado (risas). Esta sensación de insatisfacción, de encierro, me parece que tiene que ver mucho con nuestra situación actual. Pensar en un hombre que trabaja transportando gente por la ciudad, la imagen de soledad de este hombre dando vueltas por la ciudad, sin contacto con nadie... me parece interesante.
–Quizás el taxista se parezca mucho al escritor, que también es un ser muy solitario...
–El escritor no está solo. Si estuviera solo, no podría escribir porque estaría soportando la carga de esa soledad. Uno podría decir, obviamente, que no hay vida más aburrida que la de un escritor (risas). ¿Qué hace este señor? Bueno, lee y escribe. No aparecen muchas actividades, y si hace muchas cosas en realidad difícilmente pueda leer y escribir. Es muy lindo levantarse y decir: “Es un hermoso día de sol, tengo ganas de escribir”.
En la tercera parte de Cuarteto para autos viejos el narrador introduce a Darín-Darín, un personaje del underground de los ochenta, entonces conocido como Dirán-Dirán, que escribía en la revista Cerdos & Peces (“no había nacido para ser un ‘juntapalabras’ sino un artista”) y que por casualidad termina dedicándose a la pintura. Vitagliano aclara que este personaje no está inspirado en ningún artista en particular. “En la década del ’80 se cifran ciertas cuestiones que hay que seguir examinando, pero no soy de los escritores que creen que en las novelas las cosas se piensan por meditación ensayística; no me interesa hacer novelas de ideas ni nada que se le parezca. Me gusta que las novelas se piensen, creo que la novela piensa más que los autores.”
–¿A qué se refiere?
–Siempre me llama la atención pensar en qué momento el Quijote se convirtió para Cervantes en ese personaje. Tengo mi hipótesis, creo que fue en el capítulo VI; en qué momento Ana Karenina se transformó para Tolstoi en la novela que sería. Cuando proyectaba Ana Karenina, cuando la empezaba a escribir, Tolstoi decía que iba a escribir una novela de cien páginas... pero en qué momento esa novela se disparó. La novela piensa, se te va de las manos. No es que crea que la novela sea una especie de elucubración de ideas sino que implica poner en juego el relato y ver qué sucede. Me gusta que mis novelas tropiecen con los años ‘80 para ver qué piedras surgen de esos tropiezos, qué cosas se vienen arrastrando.
–¿Hay en los ’80 tal vez un optimismo un tanto ingenuo respecto del futuro, de lo que vendría?
–No lo sé, no sé si tiene que ver con eso. La novela está colocada en una situación actual y los personajes viven en el presente, aunque por momentos aparecen elementos del pasado. A veces cuando uno se refiere a la inocencia de otros tiempos tal vez esté pensando en la pérdida de inocencia del presente. Vivimos en un tiempo en donde en buena medida hemos perdido la confianza y esa pérdida de confianza en los otros es una pérdida de confianza en uno mismo. Por eso tal vez se hace tan difícil leer, porque la lectura es un acto de confianza y uno puede “jugar” con la confianza del otro cuando tiene confianza en uno mismo. Lo que podría parecer a simple vista como un momento ingenuo quizá sea la apuesta por una confianza mirada desde una perspectiva donde sólo importa la conveniencia. El tiempo pasa muy rápido en la Argentina y nosotros vamos pasando ese tiempo con muchos golpes.
–¿Qué habría que explorar de los ’80?
–Es una década que estuvo entre dos terrores. A mí me interesa, en todo caso, aquello que pasó como demasiado invisible. No sé qué cosas encontraría en esos ‘80, no tengo una voluntad de ensayista ni de pensarlo en términos de ideas. Generalmente trabajo con microsociedades, en esos lugares de escasa visibilidad donde hay una fuerte concentración de lo que puede ser el desarrollo posterior de esa microsociedad. Todavía tenemos que iluminar lo invisible de los ‘80. La sensibilidad de un tiempo no tiene nombres propios. Los ‘80 me parecen interesantes como zona para pensar el pasado y cómo se proyectó este presente. Estos personajes que están en el presente pertenecen a ese pasado. Nosotros somos una construcción de ese pasado.
“Aún tenemos que iluminar lo invisible de los ’80”
Su flamante Cuarteto para autos viejos inauguró una editorial independiente: Eterna Cadencia. Vitagliano explica el sentido de un libro que surgió a partir de una historia escuchada en un taxi. “Los taxistas son una metáfora del mundo contemporáneo”, dice.
Por Silvina Friera en página12
En esa hora extraña de la tarde, demasiado temprano para los noctámbulos que salen cuando no quedan vestigios de la luz solar, demasiado tarde para los que no ven el momento de traspasar el umbral de sus casas, Miguel Vitagliano logra imponer su voz, por cierto con esfuerzo, sobre el timbre quebrado de la voz de Joaquín Sabina, que siempre parece ganar cuanto más roto suena. En el bar de la librería Eterna Cadencia, ahora también flamante editorial que se incorpora al paisaje de los sellos independientes de la ciudad (ver aparte), el escritor habla de su nueva novela, Cuarteto para autos viejos, en la que un narrador en tercera persona despliega cuatro voces, dos timbres masculinos y dos femeninos, que crean un efecto deliberado de obra de cámara con cuatro movimientos o partes escritas en un tono contenido, concentrado, que van y vienen del “tema principal”, los encuentros y desencuentros amorosos en una Buenos Aires actual, a variaciones que multiplican de un modo perturbador los sentidos de la narración.
El experimento “musical” enlaza las historias de un taxista separado de su esposa, un coleccionista de objetos y su mujer, que tienen un “hijo diferente”, y una enfermera que se casó “demasiado joven”. “No soy un escritor que escriba sobre ‘hechos’ sino sobre acontecimientos invisibles. Me gusta trabajar los personajes desde las partes menos visibles. Todos somos bastantes invisibles y en un punto nos vemos reflejados en esa invisibilidad”, dice Vitagliano en la entrevista con PáginaI12.
–Los personajes tienen el deseo de controlarlo todo, pero de pronto un accidente desbarata sus planes. ¿La intención fue jugar con los conceptos de control y accidente casi como si fueran categorías filosóficas?
–Sí. Todos creemos que controlamos las cosas, de ahí que cuanto más creemos que controlamos, más se nos escapan de la mano. En esta novela todos los personajes calculan, no quieren perderse nada, quieren medirlo todo, por eso me gustaba el juego que se va entablando entre la causalidad y la casualidad en la novela. Ahí donde el lector podría esperar la casualidad aparece la causalidad. En este doble juego todos los personajes inventan casualidades que son causalidades. En este mundo donde todos somos invisibles me gustaba poder recuperar la visibilidad de ser invisibles. Me parece que estamos muy acotados, muy segmentados; el personaje que hace las casitas vive calculando, todos viven calculando, pero los cálculos no les salen. De los cálculos que no les salen a los personajes tiene que salir el cálculo de la novela.
–¿Esta necesidad de controlarlo todo le pasa a usted como escritor?
–No, justamente lo que hace la literatura como arte es romper el cálculo. Escribir una novela es enfrentarse a la ruptura del cálculo. Alguien puede objetar y decir que si todo aparece tan ajustado en la novela cómo es que se rompe el cálculo. Bueno, la novela tiene muchos procesos, escribir una novela es lanzarse a descubrir un mundo que no se conoce. Trabajo con dos o tres elementos que marcan un rumbo, pero después no sé cuál es el lugar de destino. Yo me lanzo a descubrir una historia. Valéry decía: “Cuando escribo un poema persigo las curvas de una serpiente que no sé a dónde me conduce”. Me parece que en una novela hay bastante de eso.
–¿Cuáles fueron esos dos o tres elementos que marcaron el rumbo de Cuarteto para autos viejos?
–A mí me interesan los taxistas, me gusta lo que cuentan, y la historia parte de algo que me contó un taxista. Hice muchos trabajos de radio, experimentando, y durante mucho tiempo, hace doce años, me tomaba taxis y grababa las conversaciones. Uno de mis proyectos era hacer una obra radiofónica con historias de taxistas.
–¿Por qué ese gusto por los taxistas?
–Los taxistas son una metáfora del mundo contemporáneo. Cada vez más pienso por qué Cuarteto para autos viejos, por qué los autos, por qué no otra cosa. Los autos tienen mucho que ver con el individuo moderno, esto de estar encerrado en una cápsula, estar detenido y al mismo tiempo en movimiento. Esta es también una contradicción del hombre moderno: uno está fijo en un lugar, pero siempre está en otro lugar... y está en el lugar equivocado (risas). Esta sensación de insatisfacción, de encierro, me parece que tiene que ver mucho con nuestra situación actual. Pensar en un hombre que trabaja transportando gente por la ciudad, la imagen de soledad de este hombre dando vueltas por la ciudad, sin contacto con nadie... me parece interesante.
–Quizás el taxista se parezca mucho al escritor, que también es un ser muy solitario...
–El escritor no está solo. Si estuviera solo, no podría escribir porque estaría soportando la carga de esa soledad. Uno podría decir, obviamente, que no hay vida más aburrida que la de un escritor (risas). ¿Qué hace este señor? Bueno, lee y escribe. No aparecen muchas actividades, y si hace muchas cosas en realidad difícilmente pueda leer y escribir. Es muy lindo levantarse y decir: “Es un hermoso día de sol, tengo ganas de escribir”.
En la tercera parte de Cuarteto para autos viejos el narrador introduce a Darín-Darín, un personaje del underground de los ochenta, entonces conocido como Dirán-Dirán, que escribía en la revista Cerdos & Peces (“no había nacido para ser un ‘juntapalabras’ sino un artista”) y que por casualidad termina dedicándose a la pintura. Vitagliano aclara que este personaje no está inspirado en ningún artista en particular. “En la década del ’80 se cifran ciertas cuestiones que hay que seguir examinando, pero no soy de los escritores que creen que en las novelas las cosas se piensan por meditación ensayística; no me interesa hacer novelas de ideas ni nada que se le parezca. Me gusta que las novelas se piensen, creo que la novela piensa más que los autores.”
–¿A qué se refiere?
–Siempre me llama la atención pensar en qué momento el Quijote se convirtió para Cervantes en ese personaje. Tengo mi hipótesis, creo que fue en el capítulo VI; en qué momento Ana Karenina se transformó para Tolstoi en la novela que sería. Cuando proyectaba Ana Karenina, cuando la empezaba a escribir, Tolstoi decía que iba a escribir una novela de cien páginas... pero en qué momento esa novela se disparó. La novela piensa, se te va de las manos. No es que crea que la novela sea una especie de elucubración de ideas sino que implica poner en juego el relato y ver qué sucede. Me gusta que mis novelas tropiecen con los años ‘80 para ver qué piedras surgen de esos tropiezos, qué cosas se vienen arrastrando.
–¿Hay en los ’80 tal vez un optimismo un tanto ingenuo respecto del futuro, de lo que vendría?
–No lo sé, no sé si tiene que ver con eso. La novela está colocada en una situación actual y los personajes viven en el presente, aunque por momentos aparecen elementos del pasado. A veces cuando uno se refiere a la inocencia de otros tiempos tal vez esté pensando en la pérdida de inocencia del presente. Vivimos en un tiempo en donde en buena medida hemos perdido la confianza y esa pérdida de confianza en los otros es una pérdida de confianza en uno mismo. Por eso tal vez se hace tan difícil leer, porque la lectura es un acto de confianza y uno puede “jugar” con la confianza del otro cuando tiene confianza en uno mismo. Lo que podría parecer a simple vista como un momento ingenuo quizá sea la apuesta por una confianza mirada desde una perspectiva donde sólo importa la conveniencia. El tiempo pasa muy rápido en la Argentina y nosotros vamos pasando ese tiempo con muchos golpes.
–¿Qué habría que explorar de los ’80?
–Es una década que estuvo entre dos terrores. A mí me interesa, en todo caso, aquello que pasó como demasiado invisible. No sé qué cosas encontraría en esos ‘80, no tengo una voluntad de ensayista ni de pensarlo en términos de ideas. Generalmente trabajo con microsociedades, en esos lugares de escasa visibilidad donde hay una fuerte concentración de lo que puede ser el desarrollo posterior de esa microsociedad. Todavía tenemos que iluminar lo invisible de los ‘80. La sensibilidad de un tiempo no tiene nombres propios. Los ‘80 me parecen interesantes como zona para pensar el pasado y cómo se proyectó este presente. Estos personajes que están en el presente pertenecen a ese pasado. Nosotros somos una construcción de ese pasado.
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