domingo, 29 de julio de 2007

EL BORGES DE MASTRONARDI

Acto literario y cosa política
El domingo pasado, el suplemento literario de La Nación publicó un anticipo del libro, próximo a publicarse, que Carlos Mastronardi escribió sobre Borges.
Por Damián Tabarovsky en Perfil
29.07.2007 01:22
El domingo pasado, el suplemento literario de La Nación publicó un anticipo del libro, próximo a publicarse, que Carlos Mastronardi escribió sobre Borges. Al enterarme de que Mastronardi había escrito unas memorias de su relación con Borges, sentí un entusiasmo inversamente proporcional al que sentí, en su momento, al informarme de la existencia del libro de Bioy Casares también sobre Borges. El libro de Bioy no me despertaba ninguna expectativa, y de hecho sólo leí los fragmentos que se publicaron en los diarios: efectivamente, carecen del menor interés, y comprueban el lugar sobrevalorado que ocupa Bioy en el mainstream literario nacional. De Mastronardi (1901-1976), en cambio, podría decirse lo contrario: poeta y memorialista extraordinario, sus Cuadernos de vivir y pensar son un perfecto relato a base de aforismos, recuerdos, notas dispersas y proyectos abandonados, que conforman un elegante ensayo sobre la relación entre literatura y memoria (uno de los méritos que, entre muchos, tiene la Breve historia de la literatura argentina, de Martín Prieto, es otorgarle un lugar central a Mastronardi. El único problema del libro de Prieto surge luego, en el último capítulo, dedicado a la literatura contemporánea, donde extrañamente decide abandonar la mirada crítica, innovadora y exquisitamente arbitraria que recorre el resto del libro, para armar un mapa absolutamente convencional, lleno de misteriosos olvidos –como los de Fogwill y Libertella– y conclusiones apresuradas. Pero más allá de ese capítulo, el libro de Prieto es seguramente el texto más interesante de crítica literaria publicado en mucho tiempo). Volviendo a Mastronardi, hay un pasaje muy impresionante. Es cuando, en plena Segunda Guerra Mundial, un libro de Borges apenas obtiene una pequeña reseña periodística, ante lo que Borges comenta: “¿Cómo competir con el bombardeo de Londres?”. Más allá del desencanto evidente, esa frase (y su palabra clave: competir) encierra una profunda reflexión sobre la tensión entre literatura y “realidad”, entre el acto literario y la cosa política, entre literatura y periodismo. La frase de Borges me recordó un texto muy poco conocido de Ezequiel Martínez Estrada, incluido en una compilación llamada Leer y escribir publicada en la editorial Joaquín Mortiz en México (1969). Es una entrevista en la que da cuenta del origen de Radiografía de la Pampa, de 1933. Dice: “Cuando acaeció la asonada del 6 de septiembre de 1930, Enrique Espinoza y yo anduvimos recorriendo las calles del centro, presenciando lo que yo vi como inundación de aguas turbias y agitadas. Tenía el recuerdo aún fresco de las fiestas del Centenario y de súbito tuve la impresión de que me encontraba retrotraído a veinte años atrás, como si ni yo ni lo que nos rodeaba hubiesen cambiado. El tiempo era un sueño. El shock o trauma me reveló una clave de interpretación (…) y le dije a Espinoza: —Oiga usted: U-ri-buuuu-ru; es lo mismo que I-ri-gooo-yen. —Exacto, me respondió, escriba lo que está viendo. Por eso escribí Radiografía de la Pampa. Como es sabido, Radiografía de la Pampa en general ha sido leído como un ensayo profético, ontólogico, ahistórico, un testimonio moral. Y sin embargo, Martínez Estrada data el libro como respuesta a un momento preciso de la historia argentina, casi como un texto de intervención sociológica. Una experiencia urbana puntual se entremezcla con un hecho político concreto, para dar origen al gran ensayo sobre los invariantes de la identidad argentina desde el origen hasta el presente. Ambas frases –la de Borges y la de Martínez Estrada–, cada una a su manera, acaban señalando lo mismo: que la literatura no puede escapar a las contingencias de su época, a lo que el periodismo banalmente llama “la realidad”. Pero que, al estar esas contingencias imbricadas desde el origen en el texto, no es necesario que la literatura se ocupe explícitamente de su tiempo. Al contrario: muchas veces la mejor literatura realista se hace escribiendo cuentos fantásticos o ensayos ontológicos.

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