lunes, 7 de mayo de 2007

La marea del recuerdo

Tres de corazones (2007)

Dirección: Sergio Renán.
Guión: Sergio Renán, Carlos Gamerro y Rubén Mira.
Basado en el cuento “El taximetrista”, de Juan José Saer.
Elenco: Nicolás Cabré, Mónica Ayos, Luis Luque, China Zorrilla, otros.


“La marea del recuerdo”

“Habríamos tenido una suerte muy grande si no hubiéramos nacido, ni yo ni ella; pero existimos”, escribe Saer, y coloca esta frase en el personaje de su cuento. Esto me hizo sentir que “Tres de corazones” (¿Tres de corazones?), es un film independiente del relato y universo Saeriano; vaga es su estructura, su narración y su montaje. Nada hay de Saer y poco de “El Taximetrista”.
Supongo no estaré a la vanguardia de nada ni de nadie si escribo aquí que siento (casi con todo el cuerpo), que Renán resiste en habitar en los setenta; y además, decidió situar este relato en San Luis; claramente por un tema de producción. Yo me pregunto: ¿alguien puede imaginar que esos personajes convivan en otro lugar lejos del Paraná? Para los lectores de Saer que no resistimos esta mudanza impuesta por un mero hecho financiero, el film será una martirio que no tendrá piedad porque nadie al salir de la sala nos devolverá el dinero.
Harto de leer que es una película con pequeños personajes de una ciudad de provincia..., deberíamos aclarar que esa definición es irreverente y minimiza el universo Saeriano de un modo tan adverso, que a su vez, el uso del vocablo provincia magnifica ese mismo universo, puesto que sus personajes albergan siempre un lugar demarcado, concreto y específico; contener ese espacio, encarcelarlo y reducirlo a provincia, más aún, desplazarlo de su eje original, convierte el film en una ‘versión libre’ de “El Taximetrista”, por lo tanto, no deberíamos leer en los créditos el título basado en. Así, se derrumba todo relato inicial y caemos (o recaemos) en San Luis. Y Santa Fe y San Luis son tan opuestos para este relato (sin culpar a Córdoba que los separa), como puede serlo a veces el lenguaje literario y cinematográfico. Pero no por oposición la narración fílmica pierde veracidad, sino por trascripción. Con diálogos por momentos idénticamente transcriptos del cuento, me pregunto para qué se necesitan seis manos en un guión que no puede crear los propios.
Saer es complejo, y es tan complejo como grande, irónica palabra si pensamos en ese territorio tan detalladamente señalizado que ha sabido narrar y volver a narrar tantas veces.

“El Taximetrista” es un relato a veces irrespirable, sus personajes por no saber cómo o si se puede vivir, permanecen suspendidos en intentos; ellos saben que ardua y reiterativa tarea es vivir y continuar con vida. “No soy nada, nadie es nada, todo es inevitable y merecido”, dice su personaje principal, de nombre Ángel en el film, que pierde todo relato intimista, y confecciona cambios radicales en los personajes y sus historias personales. El que no fuma, en Tres de corazones (¿Tres de corazones?), sí lo hace. Quien tenía su madre muerta y su hermano con vida pero lejos, tiene su madre viva y su hermano muerto. Y, por supuesto, se pierde –o sus guionistas decidieron renunciar–, a toda atmósfera Saeriana.
Los personajes de Saer parecen siempre estar volviendo a un lugar que ya no existe. En cambio, los personajes de la película, con actores (no intérpretes), parecen deambular sin rumbo más que el ya establecido, arbitrariamente, por un guión descuidado y una cámara arcaica, teniendo detrás un director que insiste en filmar como en Tacos Altos. Por ello, no me detendré a desmenuzar el trabajo de los actores; además, aquí hablamos (escribimos), desde otro enfoque, y lo hacemos con la premisa de glosar la literatura y –o en–, el cine.

Por momentos se vuelve una película obscena y, ciertamente, decidí permanecer en la sala para saber cómo Renán resolvía el final, y al verlo, comprendí que era lo mejor, pues, pude leer en pequeñas letras blancas: para Juan José Saer.

“La marea del recuerdo lo inundó todo”, escribe Saer. Y este es el núcleo del relato, pues su cuento transcurre entre recuerdos, y el film, vago, desordenado, inverosímil, se aleja de esa marea y recae a una estructura lineal, drásticamente trastocada, orquestada y, además, relegando la mayor riqueza de la narración: el pensamiento atado a los recuerdos, a la más mínima palabra, el imperceptible gesto, la intimidad, el detalle.
Siento que es una película filmada en un gran plano general, un relato que no acabó por decidirse, justamente por esa primera ruptura de eje, ese desplazamiento de territorio ejercido para sí o sí filmar, no importa cómo, pero cargar la cámara al hombro y filmar.
Sobre el final del cuento, Saer nos regala su lluvia; porque es un relato amargo, doloroso, e inevitable. Y uno no puede olvidar que lo que está viendo no tiene pizca de similitud con el relato original. Rogué y rogué ya cerca de su desenlace, que al menos no me quitaran la lluvia, y, dolorosamente, comprobé que la lluvia, tampoco estaba.
Y por supuesto que queda obscenamente claro que por un tema de producción el film debió ser rodado en San Luis; deseo, entonces, jamás se realice una co-producción con un relato de Saer, pues mi corazón no podría resistir el dolor de tener que oír, por ejemplo, a Tomatis con acento español; sería un golpe demasiado sucio e inmoral para los amantes de Saer y su poética. Por todo ello, para quienes quieran gozarlo, no es tarea difícil, sólo hay que saber eludir ciertas irregularidades que tiene el cine argentino, y acercarse directamente y sin miedo, a él, al hombre que hacía temblar, doler y llorar, desde ese lugar llamado el extranjero.

Federico Maggiore,
para FOTOGRAMA24, la revista online del CIC.

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