lunes, 14 de mayo de 2007

Éxaphon

Éxaphon



Noche a noche esperando lo que alguna vez atreví a gozar en los sueños, fueron deslizándose los días y las tardes; sólo existían unas horas al día para mí. Las tardes y el día habíanse sumergido decididamente cual un enigma en ciertas (no todas) tinieblas, creando una magnífica e inapelable ambigüedad de cierto tinte abstracto. Yo, retomaba aquella grandiosa danza por la que mis extremos dotaban el aire de una auténtica orgía de gamas y oscilaciones. Ahora debo hacer de la invención mi casa, o nulamente intentar hallar en los enmarañados fragmentos que reposan o flotan delante de mí cual el humo de mi cigarro, cierta porción o fracción o trozo, o todo ello al exhalar; lo diáfano expolió todo aquel momento ahora redactado, en el preciso instante de entregar mis ojos al día. Entonces, invención y hallazgo copulan para converger en los dedos que transcriben esta crónica.

La habitación era pequeña. Ella se encontraba sentada. Yo ingresé como todos los jueves. Examiné el lugar. Ella permaneció allí. Yo finalmente me instalé en una silla. En la habitación no sólo se enarbolaba la erudición; de Ella emergía, se agitaba; yo aguardaba diligente. Todo comenzó así; letras, luego palabras, espacio breve otorgado y oraciones que luego detonaron en párrafos, y éstos en vastos escritos. El jueves se desvanecía; la noche me ataba una soga al cuello. Al despedirme, rodeé el lugar con mi memoria. Y un Éxaphon Ella me obsequió. Partí.

Llegué; lo coloqué sobre la repisa, junto a innumerables volúmenes; cuando me dirigía de una parte a otra de la casa, podía sentir sus suaves ataques, aún estando inerte. Era pequeño, dócil, de una belleza gris; ésta personalizaba todas las manos y todas las repisas por las que alguna vez transitó y permaneció. Ahora, estaba junto a mí, y de mí dependía; ya el tiempo avanzaba –como siempre suele hacerlo–, sólo que ahora, un día lo sentía como de doce horas.

Noche a noche me demoré en escribir esto. Las tardes y el día no guardaban alternativa alguna. Yo, debía concentrarme; me sentía un elegido, por Ella, el Éxaphon, y por cada letra, palabra, párrafo, y escrito. Debo confesar que todo lo habitable y existente fuera de esto, pudo hacerme desistir; cuando me sentía débil, solía acariciarlo y aunque su textura era tosca, me gustaba.

Aquel día llegó. Y así como en sueños pude ver gamas y oscilaciones, finalmente, cuando el cuento se escribió, debí volver aquel pactado día. Y la habitación era la misma. Ella estaba esperándome. Cuando me vio, divisé cual una película la entrada a otro lugar que Ella misma había hecho hacía ya algunos años, y ahora repetía yo. Comprendí que todo es una incesante repetición, danzando en círculo, y que años más tarde sería yo quien ofrecería un nuevo (e idéntico) Éxaphon.

Epílogo:
Sin poder creer lo sucedido en su momento, el Éxaphon había de ser devuelto tal como Ella lo entregó; sólo que, al ostentar hacerlo, el felino tallado en madera se hallaba cual un gran Tigre en medio de aquella misma pequeña habitación; se dio entonces así el nacimiento a mi escritura. La sabiduría del ahora vivo animal ingresó en mis venas, para trasladarse en un futuro a mis extremos que ya no osarían danzar para jugar y vestir el aire con el humo de algún cigarro, sino para narrar. Pero yo, hoy y ahora, confieso haber sido (felizmente) engañado. El conocimiento es como (o contrariamente como) el himen. Ella envenenó mi inocencia y me otorgó el Tigre que devuelto una vez vivo, no fue del todo devuelto pues, al regresar a mi casa, continuaba viéndome, atacándome aún, más suavemente.
Ciertamente, ¿qué sucedió?; no lo sé. ¿En qué parte del relato está (o convergió –o murió– entre invención y hallazgo) el sueño enmarañado? ¿Cuál es la crónica; cuál la noche y el día? Sólo sé que virgen, jamás habría podido escribir esta historia.

Por Federico Maggiore,
de la antología de cuentos ‘Éxaphon’.

No hay comentarios: