domingo, 17 de junio de 2007

HIROSHIMA, ahora y siempre

Hiroshima mon amour (1959)

Dirección: Alain Resnais
Guión: Marguerite Duras
Elenco: Emmanuelle Riva, Eiji Okada

“Se mirarán como sombras”

“Hi-ro-shi-ma. Tengo que cerrar los ojos para acordarme... (dice Ella, frase no incluida en el film). Quiero decir acordarme de cómo, en Francia, antes de venir aquí, me acordaba de Hiroshima. Siempre pasa lo mismo con los recuerdos...”
Sin lugar a dudas ‘Hiroshima mon amour’ es Marguerite Duras, alta, apasionada y urgente Marguerite Duras; en cambio, Alain Resnais está más presente en “El año pasado en Marienbad”. Hago este divorcio pues así lo creo y siento, estoy convencido de ello, el texto me lo sugiere, la disposición de las palabras, la desolación que llega con cada frase, el conjunto de escenas (perfectamente sugeridas en el texto), el tiempo, acotado, lanzado y relanzado, breve (al cuadrado): Inserts; eso aconseja Duras. Por eso, el film es el texto. Y Resnais (sin quitarle esa maravillosa capacidad para escoger imágenes y sucederlas entre sí), tradujo el texto a la imagen, mucho menos elocuente y erótica que la palabra misma.

Ciertamente, puede parecer un error escribir sobre esta obra; no lo es. Marguerite Duras fue (es), una mujer de la literatura. El texto todo, puede ser considerado una obra literaria o un guión cinematográfico: Duras supo conjugar las dos artes en el papel, a través claro, de la palabra, quizá su más fiel amante.
Así, construye un relato que surge y urge de las entrañas. Convierte el amor en una palabra –o en dos– (Nevers e Hiroshima), un verbo (amar), una mirada (hecha de sombras), un gesto (duplicidad de manos, cuatro; veinte dedos), un cuerpo (dos cuerpos desolados, amalgamados), una habitación (de hotel), una ciudad (Hiroshima), y este texto (Mon Amour). Y el horror: horror del recuerdo, y el milagro del olvido. O, como dice Facundo Cabral, el olvido también es una gentileza de Dios. Te libera, te hace más liviano.

No has visto nada en Hiroshima. Nada. Duras construye, sugiere, destruye. Tú no has visto nada en Hiroshima. Nada.
Una historia, dividida; entonces, dos relatos. Y dos personajes; entonces, múltiples personajes: tres, cuatro, cinco. Ella, Él; nuevamente Ella, Él..., e Hiroshima.
El espacio y el tiempo, ambos determinados inicialmente por Duras, se vuelven asfixiantes; por tanto, irreparable (la pérdida), y la pérdida o el alivio del olvido..., y el recuerdo.
Duras dice: “Imposible hablar de Hiroshima. Lo único que se puede hacer es hablar de la imposibilidad de hablar de Hiroshima”. Resnais muestra, poco sugiere, ordena lo planteado (de apariencia caótica), en el texto. Porque el montaje engorda el relato, pero no la historia; la demora, pero no la crece. Alain Resnais sabía esto, aún así, combina los principales elementos que componen el cuadro cinematográfico: la proximidad de la lente con la acción visceral de los personajes, pero también la distancia frente a la aceptación de esa imposibilidad del arte (convertida en necesidad), de hablar (retratar), de lo inenarrable. Los adormecidos acordes que visten esa pasión desmesurada y mustia, latente, trágica, infecta. El encadenamiento; y el encadenamiento literario difiere del cinematográfico. Resnais lo hizo pausadamente, aletargando lo singular a través de lo plural: imagen (Hiroshima), imagen (Nevers), imagen (Hiroshima).

Y te encuentro a ti / Te recuerdo / ¿Quién eres? / Me estás matando / Eres mi vida / ¿Cómo iba yo a imaginarme que esta ciudad estaba hecha a la medida del amor? / ¿Cómo iba a imaginarme que estuvieras hecho a la medida de mi cuerpo mismo? / Me gustas. Qué acontecimiento. Me gustas / Qué lentitud, de pronto / Qué dulzura / Tú no puedes saber / Me estás matando / Eres mi vida / Me estás matando / Eres mi vida / Tengo tiempo de sobra / Te lo ruego / Devórame / Defórmame hasta la fealdad / ¿Por qué no tú? / ¿Por qué no tú, en esta ciudad y en esta noche tan semejante a las demás que se confunde con ellas? / Te lo ruego...

Marguerite Duras entre paréntesis sugiere acciones, miradas, gestos. Y hasta da opciones de parlamento a decir. “La historia personal de ambos se impondrá siempre a la historia forzosamente demostrativa de Hiroshima, dice Duras”.
El texto contiene numerosos apéndices, algunos en forma de notas que, en su mayoría fueron funcionales al film, convertidos en inserts, de Nevers, el soldado alemán, sus padres, etc. También, en primera persona está Ella misma narrando su vida, esto hace que: primero, el texto se aproxime más a lo literario; segundo, aporta un perfil constructivo más tangible del personaje a ser interpretado. Finalmente, el texto culmina con dos breves retratos (descriptivos), de los personajes.

Dice él: “Ahora sólo nos queda matar el tiempo que nos separa de tu marcha. Dieciséis horas aún para tu avión”. Eso nos hace sentir que en Hiroshima todo es muerte, que todo está siendo asesinado, que la muerte continúa arrasando, que incluso dos seres que se aman deben matar el tiempo hasta el horror final. Porque ambos son anónimos. Lo son tanto igual que todos aquellos seres que perecieron en Hiroshima y de los que nadie jamás recuerda o supo sus nombres. Todos ellos fueron exterminados por el olvido que sobrevino con la bomba. Ella también. Él también. Ella, se llama Nevers; él, Hiroshima.

El olvido es horror y dolor, y también gentileza, pues nos libera del horror del recuerdo, de la imperiosa memoria. Aún así, yo no puedo olvidar la primera lectura que hice de una obra de Marguerite: “El Amante”. Y siempre recuerdo una parte que la adapté a párrafo cuando quiero citarla: “Nos sonreímos. Le pregunto si es normal estar tan tristes como estamos. Dice que es debido a que hemos hecho el amor durante el día, en el momento álgido del calor. Dice que después siempre es terrible. Sonríe. Dice: tanto si se ama como si no se ama, siempre es terrible. Dice que pasará con la noche, tan pronto como llegue la noche. Digo que no sólo es debido a haberlo hecho durante el día, que se equivoca, que estoy inmersa en una tristeza que ya esperaba y que sólo procede de mí. Que siempre he sido triste. Que también percibo esa tristeza en las fotos en las que aparezco siendo niña. Que hoy esta tristeza, aun reconociendo que se trata de la misma que siempre he sentido, se me parece tanto que casi podría darle mi nombre”.

Por eso insisto: el film es el texto, puro; y el texto es inseparablemente Marguerite. Aquí sí no puedo ejercer un divorcio. Porque la quiero a ella, la elijo, la prefiero; me gusta, porque inunda con furia, sereno calor, derrama palabras que hacen nacer la historia, rescribir la historia, aunque el dolor la acabe, te acabe, te mate, te humille, te queme.
Y se mirarán como sombras. Porque no hemos visto nada de Hiroshima. Nada.

Federico Maggiore,
para FOTOGRAMA24, la revista online del CIC.

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