La caída de Malvinas
A 25 años del fin de la guerra austral
El 14 de junio de 1982, el general Menéndez, gobernador político y castrense de las Malvinas recuperadas, se rindió ante las tropas británicas que tomaron Puerto Argentino, tras un ataque final con helicópteros y artillería móvil. En su nueva indagación, el escritor y periodista Andrew Graham-Yooll, del Buenos Aires Herald, rememora su difícil corresponsalía, una charla con Borges, la visita del Papa, el bochorno de Galtieri, la euforia inglesa y, claro, la derrota bélica argentina bajo la dictadura militar. Anticipo exclusivo de PERFIL. Impresionante e imperdible.
Por Andrew Graham-Yooll
A 25 años del fin de la guerra austral
El 14 de junio de 1982, el general Menéndez, gobernador político y castrense de las Malvinas recuperadas, se rindió ante las tropas británicas que tomaron Puerto Argentino, tras un ataque final con helicópteros y artillería móvil. En su nueva indagación, el escritor y periodista Andrew Graham-Yooll, del Buenos Aires Herald, rememora su difícil corresponsalía, una charla con Borges, la visita del Papa, el bochorno de Galtieri, la euforia inglesa y, claro, la derrota bélica argentina bajo la dictadura militar. Anticipo exclusivo de PERFIL. Impresionante e imperdible.
Por Andrew Graham-Yooll

EL DOLOR DE YA NO SER. Como un tango desafinado y sin poesía, la rendición de los soldados argentinos fue –más allá de la pena de toda guerra– muy triste.Foto:CEDOC.Perfil
Buenos Aires, 11 de junio de 1982.
Fue a las diez de la mañana, un viernes. El timbre sonó con potencia como para alarmar a sordos en algún fondo del departamento céntrico de Jorge Luis Borges. Acababa de llegar el Papa en su primera visita a la Argentina, la primera de un pontífice. Le pedí disculpas por robarle tiempo en un día que quizá quisiera dedicar a escuchar todo lo que hubiera sobre la guerra y el Papa.
“Mis horas están, en general, vacías… Soy un anciano. Los amigos, en su mayoría, han muerto. Conozco a pocas personas, tengo pocos amigos. También, Buenos Aires es una gran ciudad y tiende a separar a la gente”, habló en inglés. Parecía contento de poder hacerlo. Parecía sentir, ante las circunstancias, que debía explicar su situación personal.
“Lo que quiero decirle es que toda mi gente fueron militares, por parte de mi padre. Mi abuelo fue coronel. Se casó con una dama inglesa… La guerra para él era algo natural. Participó en lo que llamamos nuestra Conquista del Oeste, la llamamos la Conquista del Desierto. Anterior a él, mi bisabuelo peleó en la Guerra de la Independencia. Otro pariente llevó tropa en el cruce de los Andes… en una partida adelantada al general José de San Martín. Todos fueron militares. Yo soy pacifista.
“Lo que también deseo decirle es que, siendo decididamente un pacifista, creo que la guerra en su esencia misma está mal. Si se aprueba o intenta explicar una guerra, todas las guerras hallarán justificativo. Yo creo que la guerra es maldita… Cosa que me recuerda el libro de Juan Bautista Alberdi (1810-1884) "El crimen de la guerra" (1870). Todas las guerras son un crimen. ¿Qué son sino la formalización del homicidio? Y especialmente ahora. En el pasado las guerras las peleaban pequeños ejércitos. Hoy en día participan naciones enteras, toda la gente, y eso es horrendo realmente. Todo el pueblo es pasible no sólo de ser muerto, sino también de matar… que es peor.” [...]
Afuera llovía fuerte. Un comentario acerca del clima parecía acorde al momento y me pregunté si el cielo estaría lloviendo por la Argentina (Cry for me Argentina!) o por el Papa.
Sigue leyendo, aquí:
No hay comentarios:
Publicar un comentario