García Belsunce
Por Sandra Russo para Página 12
Ella se llamaba María Marta García Belsunce y él se llama Carlos Carrascosa. Desde que a ella la mataron, el caso se conoce como “García Belsunce”, y a lo mejor ese detalle revela algo de esta historia. Mejor dicho: no de la historia en sí misma, sino en cómo ese crimen capturó la atención de la opinión pública en los últimos años, y recién pudo competir con el caso Dalmasso, en el que hay otros datos mucho más inquietantes, pero un solo apellido.
Tampoco es casual que siempre los García Belsunce y nunca los Carrascosa tuvieran una casa espectacular en el country El Carmel, uno de los primeros y más espléndidos nuevos castillos posmodernos, y que los Dalmasso vivieran en una provincia, y en un barrio que no es del todo cerrado: no hay posibilidad de mujeres de estilos tan antagónicos como María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso. A Nora la muestran cincuentona, sonriente, divertida, teñida, siliconada, a tono con su historia, en la que el sexo deambula como el fantasma del padre de Hamlet, presente y omnipresente. A María Marta, en cambio, la muestran con esa feminidad borrada de las mujeres de su clase. Hay una tribu de mujeres como ella, que pertenecen a familias que les han dado seguridad de base, y desprecian la ostentación, la banalidad, y sobre todo, más que a los pobres, a los nuevos ricos. Sus mujeres son un poco andróginas, no se pintan, usan taco bajo, ropa deportiva, tal vez unos pequeños aros de oro.
Las otras, las Noritas, son frescas y pícaras, son infieles, tramposas, les gusta mucho el sexo y tienen tiempo y dinero para invertirlo en alguna ligera perversión. Norita también es Dalmasso, es cierto, pero la aberrante insistencia de los medios la hacen Norita sobre todo, como Lolita, como Naná, como Lulú, como tantas cortesanas de tan diferentes estilos que a lo largo de la historia han satisfecho, con sus biografías, el morbo de aquellos a los que escandalizaban.
Cuando la noticia del caso García Belsunce estalló, fue cuando aquello que había sido presentado como un accidente resultó un crimen, y un crimen cinco veces subrayado por los balazos que le atravesaron el cráneo, y que sus familiares dicen no haber advertido. El pituto simboliza cierta locura que atraviesa todo el caso: es increíble. Todo lo que la familia dijo en estos años era del orden del pituto.
Los ojos colectivos ya estaban puestos allí. Nunca voy a olvidar una foto en especial: la del dormitorio de los García Belsunce. Muy sencillo. La cama matrimonial, y en una pared lateral fotografías gigantes de tres de sus sobrinos. Ese matrimonio sin hijos que vivía en su castillo posmoderno y endogámico, donde la familia se cerraba sobre sí misma, y los programas de placer se hacían con el cuñado o la hermanastra, dormía en una cama desde la que se veían, enormes, las caras de tres niños. Ella era miembro de una organización que busca chicos. Y tratándose de una mujer de su clase, en la que la maternidad ocupa el centro de la vida femenina, y las familias numerosas son la ideología en carne y hueso, no es de extrañar que ése haya sido uno de los temas importantes de la vida de María Marta.
Norita, en cambio, en el imaginario colectivo, fue víctima de muchísimos hombres, cada semana de uno distinto. El cuerpo de Nora es todavía una ofrenda a los bajos instintos populares, en los que vibran los antiguos linchamientos, o el espectáculo del ahorcado en la plaza del pueblo. El clímax llegó cuando ese cuerpo, en ese imaginario con banda de sonido de Crónica TV, se convirtió en protagonista de un incesto. Vaya con la maternidad de las mujeres que no tienen apuros económicos.
Millones de personas de las que siguen estos casos no han tenido nunca contacto con mujeres como María Marta o Nora. No saben cómo hablan, ni cómo piensan, ni de qué se ríen. Ignoran por completo de qué forma vivían los García Belsunce, nunca entraron a un country, compran en otros supermercados, ven otras películas, escuchan otra música, y además, por lo que se ve, en algunos casos se mueven por móviles económicos, y en otros casos por móviles pasionales. Igual que todos.
Tampoco es casual que siempre los García Belsunce y nunca los Carrascosa tuvieran una casa espectacular en el country El Carmel, uno de los primeros y más espléndidos nuevos castillos posmodernos, y que los Dalmasso vivieran en una provincia, y en un barrio que no es del todo cerrado: no hay posibilidad de mujeres de estilos tan antagónicos como María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso. A Nora la muestran cincuentona, sonriente, divertida, teñida, siliconada, a tono con su historia, en la que el sexo deambula como el fantasma del padre de Hamlet, presente y omnipresente. A María Marta, en cambio, la muestran con esa feminidad borrada de las mujeres de su clase. Hay una tribu de mujeres como ella, que pertenecen a familias que les han dado seguridad de base, y desprecian la ostentación, la banalidad, y sobre todo, más que a los pobres, a los nuevos ricos. Sus mujeres son un poco andróginas, no se pintan, usan taco bajo, ropa deportiva, tal vez unos pequeños aros de oro.
Las otras, las Noritas, son frescas y pícaras, son infieles, tramposas, les gusta mucho el sexo y tienen tiempo y dinero para invertirlo en alguna ligera perversión. Norita también es Dalmasso, es cierto, pero la aberrante insistencia de los medios la hacen Norita sobre todo, como Lolita, como Naná, como Lulú, como tantas cortesanas de tan diferentes estilos que a lo largo de la historia han satisfecho, con sus biografías, el morbo de aquellos a los que escandalizaban.
Cuando la noticia del caso García Belsunce estalló, fue cuando aquello que había sido presentado como un accidente resultó un crimen, y un crimen cinco veces subrayado por los balazos que le atravesaron el cráneo, y que sus familiares dicen no haber advertido. El pituto simboliza cierta locura que atraviesa todo el caso: es increíble. Todo lo que la familia dijo en estos años era del orden del pituto.
Los ojos colectivos ya estaban puestos allí. Nunca voy a olvidar una foto en especial: la del dormitorio de los García Belsunce. Muy sencillo. La cama matrimonial, y en una pared lateral fotografías gigantes de tres de sus sobrinos. Ese matrimonio sin hijos que vivía en su castillo posmoderno y endogámico, donde la familia se cerraba sobre sí misma, y los programas de placer se hacían con el cuñado o la hermanastra, dormía en una cama desde la que se veían, enormes, las caras de tres niños. Ella era miembro de una organización que busca chicos. Y tratándose de una mujer de su clase, en la que la maternidad ocupa el centro de la vida femenina, y las familias numerosas son la ideología en carne y hueso, no es de extrañar que ése haya sido uno de los temas importantes de la vida de María Marta.
Norita, en cambio, en el imaginario colectivo, fue víctima de muchísimos hombres, cada semana de uno distinto. El cuerpo de Nora es todavía una ofrenda a los bajos instintos populares, en los que vibran los antiguos linchamientos, o el espectáculo del ahorcado en la plaza del pueblo. El clímax llegó cuando ese cuerpo, en ese imaginario con banda de sonido de Crónica TV, se convirtió en protagonista de un incesto. Vaya con la maternidad de las mujeres que no tienen apuros económicos.
Millones de personas de las que siguen estos casos no han tenido nunca contacto con mujeres como María Marta o Nora. No saben cómo hablan, ni cómo piensan, ni de qué se ríen. Ignoran por completo de qué forma vivían los García Belsunce, nunca entraron a un country, compran en otros supermercados, ven otras películas, escuchan otra música, y además, por lo que se ve, en algunos casos se mueven por móviles económicos, y en otros casos por móviles pasionales. Igual que todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario