Charles Darwin
Por Adrián Paenza en Página 12
En este apasionado viaje por distintos lugares de la vida, quiero recuperar un texto del científico inglés Charles Darwin, quien con su teoría sobre la evolución y la selección natural cambió la historia de la humanidad para siempre.
Darwin estuvo mucho tiempo en la Argentina. Desde 1831 a 1836 viajó como naturalista a bordo de la nave inglesa “H.M.S. Beagle”. En realidad, Darwin formaba parte de una expedición que pretendía dar la vuelta al mundo en barco.
Después de leer el texto que escribió en 1833, se darán cuenta de que muchas de las cosas que nos pasan a los argentinos tienen un origen más antiguo del que nosotros mismos creemos.
Siempre existe la tentación de creer que todo tiempo pasado fue mejor. Bien. Puede ser que haya habido momentos del pasado que fueran mejores. Pero seguro que yo también puedo mencionar momentos actuales que son mejores que los del pasado.
En todo caso, lea el comentario que hizo sobre los argentinos en 1833. Y después, lo invito a un minuto de reflexión.
Extractos de una nota publicada en Ciencia Hoy, Volumen 6, Nº 31. Revista de Divulgación Científica y Tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy.
“Durante los últimos seis meses, he tenido lo oportunidad de apreciar en algo la manera de ser de los habitantes de estas provincias [del Plata].
Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho es invariablemente muy servicial, cortés y hospitalario. No me he encontrado con un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es modesto, se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con energía y audacia.
La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Es curioso constatar que las personas más respetables invariablemente ayudan a escapar a un asesino.
Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad.
(Un viajero no tiene otra protección que sus armas, y es el hábito constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya más robos.)
Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen muchos otros crímenes, pero carecen de las virtudes del carácter del gaucho. Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las corrupciones más groseras; su falta de principios es completa.
Teniendo la oportunidad, no defraudar a un amigo es considerado un acto de debilidad; decir la verdad en circunstancias en que convendría haber mentido sería una infantil simpleza.
El concepto de honor no se comprende; ni éste, ni sentimientos generosos, resabios de caballerosidad, lograron sobrevivir el largo pasaje del Atlántico.
Si hubiese leído estas opiniones hace un año, me hubiese acusado de intolerancia: ahora no lo hago. Todo el que tiene una buena oportunidad de juzgar piensa lo mismo.
En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar.
Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio.
Conozco un hombre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: ‘Le doy doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado me aconsejó dar este paso’.
El juez sonrió en asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador. Como deseo el bien del país, espero que ese período no tarde en llegar.”
(29 de noviembre al 4 de diciembre de 1833) *
Ahora sigo yo: ¿no es maravilloso encontrarse con escritos de una persona que casi dos siglos atrás describió lo que nos pasa hoy? ¿Cuál fue entonces el tiempo pasado en el que todo fue mejor? ¿No era, acaso, que la corrupción era producto de la era de la globalización y de fines del siglo XX? ¿No era verdad que los héroes vivían en esas épocas?
Obviamente, no creo tampoco que todo tiempo pasado haya sido peor. Sólo propongo no creer que porque uno no lo vivió, fue mejor. Algo así como que cuando una persona se muere, pasa a ser intachable e impoluta.
Somos, ni más ni menos, que un conjunto de miserias y virtudes. En todo caso, un promedio de ellas. A algunas personas, la “agujita” les marca un poco más arriba. Y a otras, más abajo. La gran mayoría vive (vivimos) en un término medio. Y sólo unos muy privilegiados o depravados tienen la posibilidad de escaparse de la media, tanto sea por la mayor excelencia o por la perversión de sus actos.
Somos, en todo caso, humanos. Y peleamos por una sociedad mejor, más generosa, solidaria y con una mejor repartición de la riqueza. Ese sería un buen paso. Más allá de la revolución científica, este siglo debería estar marcado por haber logrado una distribución más equitativa de la riqueza material, pero también de la intelectual. Ese es el desafío.
* Excepto las cartas, los textos son de Charles Darwin’s Diary of the Voyage of “H.M.S. Beagle”. Edited from the MS by Nora Barlow, 1933, Cambridge University Press, pp. 197-200. Traducción Ciencia Hoy.
Por Adrián Paenza en Página 12
En este apasionado viaje por distintos lugares de la vida, quiero recuperar un texto del científico inglés Charles Darwin, quien con su teoría sobre la evolución y la selección natural cambió la historia de la humanidad para siempre.
Darwin estuvo mucho tiempo en la Argentina. Desde 1831 a 1836 viajó como naturalista a bordo de la nave inglesa “H.M.S. Beagle”. En realidad, Darwin formaba parte de una expedición que pretendía dar la vuelta al mundo en barco.
Después de leer el texto que escribió en 1833, se darán cuenta de que muchas de las cosas que nos pasan a los argentinos tienen un origen más antiguo del que nosotros mismos creemos.
Siempre existe la tentación de creer que todo tiempo pasado fue mejor. Bien. Puede ser que haya habido momentos del pasado que fueran mejores. Pero seguro que yo también puedo mencionar momentos actuales que son mejores que los del pasado.
En todo caso, lea el comentario que hizo sobre los argentinos en 1833. Y después, lo invito a un minuto de reflexión.
Extractos de una nota publicada en Ciencia Hoy, Volumen 6, Nº 31. Revista de Divulgación Científica y Tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy.
“Durante los últimos seis meses, he tenido lo oportunidad de apreciar en algo la manera de ser de los habitantes de estas provincias [del Plata].
Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho es invariablemente muy servicial, cortés y hospitalario. No me he encontrado con un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es modesto, se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con energía y audacia.
La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Es curioso constatar que las personas más respetables invariablemente ayudan a escapar a un asesino.
Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad.
(Un viajero no tiene otra protección que sus armas, y es el hábito constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya más robos.)
Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen muchos otros crímenes, pero carecen de las virtudes del carácter del gaucho. Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las corrupciones más groseras; su falta de principios es completa.
Teniendo la oportunidad, no defraudar a un amigo es considerado un acto de debilidad; decir la verdad en circunstancias en que convendría haber mentido sería una infantil simpleza.
El concepto de honor no se comprende; ni éste, ni sentimientos generosos, resabios de caballerosidad, lograron sobrevivir el largo pasaje del Atlántico.
Si hubiese leído estas opiniones hace un año, me hubiese acusado de intolerancia: ahora no lo hago. Todo el que tiene una buena oportunidad de juzgar piensa lo mismo.
En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar.
Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio.
Conozco un hombre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: ‘Le doy doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado me aconsejó dar este paso’.
El juez sonrió en asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador. Como deseo el bien del país, espero que ese período no tarde en llegar.”
(29 de noviembre al 4 de diciembre de 1833) *
Ahora sigo yo: ¿no es maravilloso encontrarse con escritos de una persona que casi dos siglos atrás describió lo que nos pasa hoy? ¿Cuál fue entonces el tiempo pasado en el que todo fue mejor? ¿No era, acaso, que la corrupción era producto de la era de la globalización y de fines del siglo XX? ¿No era verdad que los héroes vivían en esas épocas?
Obviamente, no creo tampoco que todo tiempo pasado haya sido peor. Sólo propongo no creer que porque uno no lo vivió, fue mejor. Algo así como que cuando una persona se muere, pasa a ser intachable e impoluta.
Somos, ni más ni menos, que un conjunto de miserias y virtudes. En todo caso, un promedio de ellas. A algunas personas, la “agujita” les marca un poco más arriba. Y a otras, más abajo. La gran mayoría vive (vivimos) en un término medio. Y sólo unos muy privilegiados o depravados tienen la posibilidad de escaparse de la media, tanto sea por la mayor excelencia o por la perversión de sus actos.
Somos, en todo caso, humanos. Y peleamos por una sociedad mejor, más generosa, solidaria y con una mejor repartición de la riqueza. Ese sería un buen paso. Más allá de la revolución científica, este siglo debería estar marcado por haber logrado una distribución más equitativa de la riqueza material, pero también de la intelectual. Ese es el desafío.
* Excepto las cartas, los textos son de Charles Darwin’s Diary of the Voyage of “H.M.S. Beagle”. Edited from the MS by Nora Barlow, 1933, Cambridge University Press, pp. 197-200. Traducción Ciencia Hoy.
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