MULTITUDINARIA MARCHA DE MUJERES DE TODA LA ARGENTINA A FAVOR DEL ABORTO
Veinte mil gritos por la despenalización
Córdoba fue escenario de una masiva convocatoria de mujeres en reclamo de la despenalización del aborto. La marcha recorrió las calles de la ciudad en el marco del XXII Encuentro Nacional de Mujeres. Un grupo de católicos se concentró frente a la catedral para repudiar la movilización. Hubo críticas a la Iglesia, pero no incidentes.
Las miles de mujeres corearon la ya clásica demanda: “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
Subnotas
Entre pañuelos verdes
Uruguay, el turno de discutir la legalización
Por Marta Dillon en Página12
No hubo eufemismos ni maneras elegantes de decirlo. Hubo, sí, decisión y necesidad de que el grito común se escuchara más allá de esta ciudad antigua que no terminaba de desperezarse de la siesta cuando las más de 20 mil mujeres comenzaron a marchar. “Aborto legal, en el hospital”, se cantó para que el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito rimara y los bombos pudieran guiar el ritmo de los pasos y las gargantas. Y también la ya clásica demanda: “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. O “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. Los cantos fueron muchos, creativos, nacidos de la convicción de que poner el cuerpo en la marcha era una forma de correrlo de la clandestinidad a la que necesariamente las mujeres deben acudir cuando no quieren que un embarazo se convierta en un hijo. Y con esa convicción se enfrentaron a la sorpresa que tenía preparada la Iglesia Católica en las puertas de la catedral cordobesa: allí se habían apostado un millar de personas prolijamente formadas en las escaleras, rezando el rosario, intentando no perder el hilo de la oración que apenas se escuchaba, tapado por el contundente estruendo de la marcha. Un inmenso cartel protegía la entrada del templo adjudicándose la representación de toda la provincia: “Córdoba defiende la vida”, decía sobre la imagen de la mano de un bebé. Entonces las consignas tuvieron un destino concreto y recordaron, con la misma creatividad, la participación de la Iglesia en la dictadura, el silencio de la institución cuando ocurrieron los secuestros, el silencio de la jerarquía frente a los muchos casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
Fue difícil para quienes habían recorrido ya más diez cuadras bailando y cantando no detenerse ahí, frente a lo que se leyó como una provocación. Pero diez cuadras era el mismo sitio que ocupaba la columna de la marcha del Encuentro y la reacción de la organización fue no responder a la provocación, al menos no masivamente, y el recorrido siguió el itinerario planeado para terminar frente a lo que fue la cárcel de mujeres del Buen Pastor, hoy convertida en un shopping aunque una placa recuerde a las que fueron “detenidas injustamente”. El impulso guiaba los pasos y no era justo que los planes tantas veces diseñados, desde que el año pasado se decidió que Córdoba sea sede del XXII Encuentro Nacional de Mujeres, se estancaran por una decisión ajena.
De todos modos, a medida que avanzaban las columnas muchos grupos se fueron desprendiendo para cantar frente a quienes recitaban un Ave María detrás del otro en un acto catártico que no desarmó la gélida formación de católicos. Bombitas de pintura roja volaron certeras por encima de los rezadores y se estamparon sobre la antigua catedral. En el piso, las pintadas exigían que “saquen sus rosarios de nuestros ovarios” y repetían lo que las voces coreaban con furia. Fueron vanos los intentos de las organizadoras de conducir esa furia y trocarla en indiferencia. Frente a los rezos, algunas mujeres se sacaron las remeras como una forma gráfica de reivindicar el placer y la exclusiva propiedad de sus cuerpos. Otras eligieron besarse entre ellas con una pasión y un desenfado que obligó a algunos, entre los apostados en las escalinatas de la catedral, a cerrar los ojos y repetir las palabras de la oración como si ese desenfado fuera peligroso. Con sus pañuelos verdes en la cabeza, en el cuello, en la cintura, las mujeres se organizaron en una comparsa espontánea: retrocedían juntas y avanzaban del mismo modo diseñando con sus manos juntas y en alto una vulva mientras cantaban “paso, paso, paso, se viene el clitorazo”. Y enseguida quedaban estáticas para gritar con una bronca que arrastra la historia “ustedes se callaron cuando se los llevaron” o “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”. Es que la condena al sacerdote Christian von Wernich fue como una gota más en el vaso suficientemente desbordado de la relación entre los Encuentros de Mujeres y la Iglesia que ya han soportado diversos modos de intervención de la institución católica: desde la realización de encuentros paralelos hasta la violencia que hace tres años hizo estallar explosivos en diversas escuelas donde ellas debatían en Mendoza.
“La Iglesia muestra su cinismo hipócrita cuando ataca a quienes defienden el derecho al aborto. ¿No impusieron su fe, a sangre y fuego, masacrando a los pueblos originarios en América? La jerarquía eclesiástica fue cómplice y partícipe de la dictadura militar y el terrorismo de Estado”, sintetizó Leticia Celli, integrante del Ceprodh y participante del ENM, una bronca compartida. Aun así, no prosperó la iniciativa de las militantes de partidos como el PO y el PTS que quisieron expulsar a las mujeres católicas de los talleres. “Si por definición los Encuentros son democráticos, a-biertos y horizontales, no podemos expulsar a algunas por la fe que profesan. Se trata de debatir, llegar a conclusiones y también de sembrar dudas que puedan germinar más tarde en acuerdos”, dijo una de las integrantes de la comisión organizadora. Por otra parte es cierto que mujeres como Norma Cuevas, mamá de la fallecida Ana María Acevedo, una joven a la que le negaron un aborto terapéutico y también el tratamiento para su cáncer por estar embarazada, debería haberse retirado del taller de Estrategias para el Derecho al Aborto, ya que ella, públicamente, se reivindica como católica.
Esa tensión entre quienes exigían la expulsión y quienes preferían avanzar en los debates obturó las discusiones en varios talleres donde ni siquiera se pudieron redactar conclusiones. En muchos otros se repudió lo que se consideró “actitudes violentas” que se tradujeron en cantos desorbitados de muchas mujeres de la agrupación Pan y Rosas (del PTS) que acusaron a las organizadoras de “responder al Vaticano”. Las diferencias, de todos modos, se saldaron en la marcha en la que todas confluyeron con las mismas consignas y los mismos repudios.
Sobre el final de la marcha, cuando en la catedral sólo quedaban los católicos que habían resistido incluso lluvias de basura, se llegó hasta la que fue la cárcel del Buen Pastor, donde se dejó un cartel que anunciaba al shopping como “paseo de torturadores”. Hoy se leerán las conclusiones y se designará la sede que recibirá a las mujeres en un nuevo ENM. “A pesar de todo les hicimos el Encuentro”, se cantó una vez más sin fisuras y con alegría para dar cuenta de la voluntad de seguir llenando este espacio simbólico que las mujeres ocupan más allá de las tensiones.
Veinte mil gritos por la despenalización
Córdoba fue escenario de una masiva convocatoria de mujeres en reclamo de la despenalización del aborto. La marcha recorrió las calles de la ciudad en el marco del XXII Encuentro Nacional de Mujeres. Un grupo de católicos se concentró frente a la catedral para repudiar la movilización. Hubo críticas a la Iglesia, pero no incidentes.
Las miles de mujeres corearon la ya clásica demanda: “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
Subnotas
Entre pañuelos verdes
Uruguay, el turno de discutir la legalización
Por Marta Dillon en Página12
No hubo eufemismos ni maneras elegantes de decirlo. Hubo, sí, decisión y necesidad de que el grito común se escuchara más allá de esta ciudad antigua que no terminaba de desperezarse de la siesta cuando las más de 20 mil mujeres comenzaron a marchar. “Aborto legal, en el hospital”, se cantó para que el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito rimara y los bombos pudieran guiar el ritmo de los pasos y las gargantas. Y también la ya clásica demanda: “Anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. O “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. Los cantos fueron muchos, creativos, nacidos de la convicción de que poner el cuerpo en la marcha era una forma de correrlo de la clandestinidad a la que necesariamente las mujeres deben acudir cuando no quieren que un embarazo se convierta en un hijo. Y con esa convicción se enfrentaron a la sorpresa que tenía preparada la Iglesia Católica en las puertas de la catedral cordobesa: allí se habían apostado un millar de personas prolijamente formadas en las escaleras, rezando el rosario, intentando no perder el hilo de la oración que apenas se escuchaba, tapado por el contundente estruendo de la marcha. Un inmenso cartel protegía la entrada del templo adjudicándose la representación de toda la provincia: “Córdoba defiende la vida”, decía sobre la imagen de la mano de un bebé. Entonces las consignas tuvieron un destino concreto y recordaron, con la misma creatividad, la participación de la Iglesia en la dictadura, el silencio de la institución cuando ocurrieron los secuestros, el silencio de la jerarquía frente a los muchos casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.
Fue difícil para quienes habían recorrido ya más diez cuadras bailando y cantando no detenerse ahí, frente a lo que se leyó como una provocación. Pero diez cuadras era el mismo sitio que ocupaba la columna de la marcha del Encuentro y la reacción de la organización fue no responder a la provocación, al menos no masivamente, y el recorrido siguió el itinerario planeado para terminar frente a lo que fue la cárcel de mujeres del Buen Pastor, hoy convertida en un shopping aunque una placa recuerde a las que fueron “detenidas injustamente”. El impulso guiaba los pasos y no era justo que los planes tantas veces diseñados, desde que el año pasado se decidió que Córdoba sea sede del XXII Encuentro Nacional de Mujeres, se estancaran por una decisión ajena.
De todos modos, a medida que avanzaban las columnas muchos grupos se fueron desprendiendo para cantar frente a quienes recitaban un Ave María detrás del otro en un acto catártico que no desarmó la gélida formación de católicos. Bombitas de pintura roja volaron certeras por encima de los rezadores y se estamparon sobre la antigua catedral. En el piso, las pintadas exigían que “saquen sus rosarios de nuestros ovarios” y repetían lo que las voces coreaban con furia. Fueron vanos los intentos de las organizadoras de conducir esa furia y trocarla en indiferencia. Frente a los rezos, algunas mujeres se sacaron las remeras como una forma gráfica de reivindicar el placer y la exclusiva propiedad de sus cuerpos. Otras eligieron besarse entre ellas con una pasión y un desenfado que obligó a algunos, entre los apostados en las escalinatas de la catedral, a cerrar los ojos y repetir las palabras de la oración como si ese desenfado fuera peligroso. Con sus pañuelos verdes en la cabeza, en el cuello, en la cintura, las mujeres se organizaron en una comparsa espontánea: retrocedían juntas y avanzaban del mismo modo diseñando con sus manos juntas y en alto una vulva mientras cantaban “paso, paso, paso, se viene el clitorazo”. Y enseguida quedaban estáticas para gritar con una bronca que arrastra la historia “ustedes se callaron cuando se los llevaron” o “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”. Es que la condena al sacerdote Christian von Wernich fue como una gota más en el vaso suficientemente desbordado de la relación entre los Encuentros de Mujeres y la Iglesia que ya han soportado diversos modos de intervención de la institución católica: desde la realización de encuentros paralelos hasta la violencia que hace tres años hizo estallar explosivos en diversas escuelas donde ellas debatían en Mendoza.
“La Iglesia muestra su cinismo hipócrita cuando ataca a quienes defienden el derecho al aborto. ¿No impusieron su fe, a sangre y fuego, masacrando a los pueblos originarios en América? La jerarquía eclesiástica fue cómplice y partícipe de la dictadura militar y el terrorismo de Estado”, sintetizó Leticia Celli, integrante del Ceprodh y participante del ENM, una bronca compartida. Aun así, no prosperó la iniciativa de las militantes de partidos como el PO y el PTS que quisieron expulsar a las mujeres católicas de los talleres. “Si por definición los Encuentros son democráticos, a-biertos y horizontales, no podemos expulsar a algunas por la fe que profesan. Se trata de debatir, llegar a conclusiones y también de sembrar dudas que puedan germinar más tarde en acuerdos”, dijo una de las integrantes de la comisión organizadora. Por otra parte es cierto que mujeres como Norma Cuevas, mamá de la fallecida Ana María Acevedo, una joven a la que le negaron un aborto terapéutico y también el tratamiento para su cáncer por estar embarazada, debería haberse retirado del taller de Estrategias para el Derecho al Aborto, ya que ella, públicamente, se reivindica como católica.
Esa tensión entre quienes exigían la expulsión y quienes preferían avanzar en los debates obturó las discusiones en varios talleres donde ni siquiera se pudieron redactar conclusiones. En muchos otros se repudió lo que se consideró “actitudes violentas” que se tradujeron en cantos desorbitados de muchas mujeres de la agrupación Pan y Rosas (del PTS) que acusaron a las organizadoras de “responder al Vaticano”. Las diferencias, de todos modos, se saldaron en la marcha en la que todas confluyeron con las mismas consignas y los mismos repudios.
Sobre el final de la marcha, cuando en la catedral sólo quedaban los católicos que habían resistido incluso lluvias de basura, se llegó hasta la que fue la cárcel del Buen Pastor, donde se dejó un cartel que anunciaba al shopping como “paseo de torturadores”. Hoy se leerán las conclusiones y se designará la sede que recibirá a las mujeres en un nuevo ENM. “A pesar de todo les hicimos el Encuentro”, se cantó una vez más sin fisuras y con alegría para dar cuenta de la voluntad de seguir llenando este espacio simbólico que las mujeres ocupan más allá de las tensiones.
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