El género del mal
J. ERNESTO AYALA-DIP 13/10/2007 en Babelia
El argentino Jorge Barón Biza defendió siempre la autonomía de El desierto y su semilla como artefacto de ficción, pero su atormentada vida, que desembocó en suicidio, fue su germen.
Casi hacia el final de esta única novela (y casi único libro) del escritor argentino Jorge Barón Biza (Buenos Aires 1942- Córdoba 2001), El desierto y su semilla, su narrador (Mario) comete un acto tan inesperado como horroroso. Una variante de esa misma atrocidad ya la habíamos conocido antes en la persona del padre (Arón) del narrador, que había arrojado ácido clorhídrico en la cara de su mujer (Eligia).
No hay duda de que estamos ante una manifestación artística de eso que en la misma novela que comentamos se denomina el "género del mal". Dicho género existe. Y no hay que remontarse hasta el Marqués de Sade. Al ensayista italiano Pietro Citati le llama poderosamente la atención, en su libro El mal absoluto, que tras veintiocho años, a Robinson no le suponga ninguna aflicción abandonar su cómoda isla. Podríamos "acusarlo de dureza de corazón", dice Citati. Y ello porque Robinson mantiene una ambigua relación con el mal, conjetura el ensayista. Es lo que en cierta manera le ocurre a Mario. No está seguro de amar a Dina (incluso preferiría no amarla ni ser amado por ella), la prostituta que conoce en Milán, mientras su madre (Eligia) es sometida a una intervención quirúrgica para reponer los trozos de carne que el ácido que le arrojó su marido pulverizaron. Sabemos que el libro que escribe Mario, el libro que leemos, registra dicha intervención, la convalecencia de su madre, los paseos con Dina por la invernal y brumosa Milán, el recuerdo de su padre (Arón, también escritor), el inmediato suicidio de éste después de la espantosa agresión.
El desierto y su semilla se publicó en Argentina en 1998. La crítica la recibió como una de las mejores novelas argentinas de la década. El lector español no tendrá noticias de Jorge Barón Biza. Ningún manual de enjundia lo cita. Ni tampoco a su padre, Raúl Barón Biza (1899-1964), polémico escritor, ferviente partidario de Irigoyen a la vez que defensor a ultranza de su derrocador el general Uriburu, e introductor del olivo en su país.
Siendo como soy alérgico a los encuadres biográficos de los libros que reseño, esta vez he de hacer una pequeña mención a la vida de Barón Biza. La materia argumental de El desierto y su semilla no es otra que la propia biografía de su autor. Barón Biza sufrió con esta circunstancia. Y sufrió con la confusión que practicó la crítica respecto a su libro y su vida. Él defendió siempre la autonomía de su novela como artefacto de ficción. La catarsis o el consuelo que esta novela le pudo suponer a su conciencia o a su corazón, sólo le pertenecía a él. Yo destacaría su estirpe literaria. Hay en El desierto y su semilla reminiscencias de Roberto Arlt. Algo de sus personajes canallas. Hay en el dibujo de Dina ese aire surrealista y desconcertante de algunos personajes femeninos de Cortázar. De la lengua literaria, yo destacaría su mezcla de lengua coloquial y literaria sin aspavientos experimentalistas, y, sobre todo, una página impagable (166) sobre cómo describir un espacio físico. En la literatura argentina uno siempre tiene la sensación de que autores como Barón Biza (que como su padre, su madre y su hermana, también se suicidó, arrojándose de un doce piso) siempre están al acecho. Irrumpen cuando menos se los espera. Un sublime fogonazo de arte imprevisible. El dolor que se palpa en esta novela no sólo es el que atañe al narrador. No hay dolor individual sin dialéctica con los otros. Por eso el narrador cita a Goethe: "Al unísono, el hombre capta el mundo desde sí mismo y a sí mismo desde el mundo".
J. ERNESTO AYALA-DIP 13/10/2007 en Babelia
El argentino Jorge Barón Biza defendió siempre la autonomía de El desierto y su semilla como artefacto de ficción, pero su atormentada vida, que desembocó en suicidio, fue su germen.
Casi hacia el final de esta única novela (y casi único libro) del escritor argentino Jorge Barón Biza (Buenos Aires 1942- Córdoba 2001), El desierto y su semilla, su narrador (Mario) comete un acto tan inesperado como horroroso. Una variante de esa misma atrocidad ya la habíamos conocido antes en la persona del padre (Arón) del narrador, que había arrojado ácido clorhídrico en la cara de su mujer (Eligia).
No hay duda de que estamos ante una manifestación artística de eso que en la misma novela que comentamos se denomina el "género del mal". Dicho género existe. Y no hay que remontarse hasta el Marqués de Sade. Al ensayista italiano Pietro Citati le llama poderosamente la atención, en su libro El mal absoluto, que tras veintiocho años, a Robinson no le suponga ninguna aflicción abandonar su cómoda isla. Podríamos "acusarlo de dureza de corazón", dice Citati. Y ello porque Robinson mantiene una ambigua relación con el mal, conjetura el ensayista. Es lo que en cierta manera le ocurre a Mario. No está seguro de amar a Dina (incluso preferiría no amarla ni ser amado por ella), la prostituta que conoce en Milán, mientras su madre (Eligia) es sometida a una intervención quirúrgica para reponer los trozos de carne que el ácido que le arrojó su marido pulverizaron. Sabemos que el libro que escribe Mario, el libro que leemos, registra dicha intervención, la convalecencia de su madre, los paseos con Dina por la invernal y brumosa Milán, el recuerdo de su padre (Arón, también escritor), el inmediato suicidio de éste después de la espantosa agresión.
El desierto y su semilla se publicó en Argentina en 1998. La crítica la recibió como una de las mejores novelas argentinas de la década. El lector español no tendrá noticias de Jorge Barón Biza. Ningún manual de enjundia lo cita. Ni tampoco a su padre, Raúl Barón Biza (1899-1964), polémico escritor, ferviente partidario de Irigoyen a la vez que defensor a ultranza de su derrocador el general Uriburu, e introductor del olivo en su país.
Siendo como soy alérgico a los encuadres biográficos de los libros que reseño, esta vez he de hacer una pequeña mención a la vida de Barón Biza. La materia argumental de El desierto y su semilla no es otra que la propia biografía de su autor. Barón Biza sufrió con esta circunstancia. Y sufrió con la confusión que practicó la crítica respecto a su libro y su vida. Él defendió siempre la autonomía de su novela como artefacto de ficción. La catarsis o el consuelo que esta novela le pudo suponer a su conciencia o a su corazón, sólo le pertenecía a él. Yo destacaría su estirpe literaria. Hay en El desierto y su semilla reminiscencias de Roberto Arlt. Algo de sus personajes canallas. Hay en el dibujo de Dina ese aire surrealista y desconcertante de algunos personajes femeninos de Cortázar. De la lengua literaria, yo destacaría su mezcla de lengua coloquial y literaria sin aspavientos experimentalistas, y, sobre todo, una página impagable (166) sobre cómo describir un espacio físico. En la literatura argentina uno siempre tiene la sensación de que autores como Barón Biza (que como su padre, su madre y su hermana, también se suicidó, arrojándose de un doce piso) siempre están al acecho. Irrumpen cuando menos se los espera. Un sublime fogonazo de arte imprevisible. El dolor que se palpa en esta novela no sólo es el que atañe al narrador. No hay dolor individual sin dialéctica con los otros. Por eso el narrador cita a Goethe: "Al unísono, el hombre capta el mundo desde sí mismo y a sí mismo desde el mundo".
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