Más lejos del 2001
Con una campaña larga, conservadora y que poco hizo para acercar a la gente a la política, se cierra un ciclo marcado por la crisis del 2001. Argentina muestra una política con una novedad, mujeres en los primeros puestos. Las estrategias, la consolidación y la rara situación que generó tanta cautela.
Por Luis Bruschtein en Página12
El voto de los argentinos decidirá hoy el perfil económico y social del nuevo ciclo en el que entró el país tras la crisis del 2001-2002, al mismo tiempo que abre la posibilidad inédita de que una mujer resulte electa presidenta de la República, ya sea por el oficialismo o por la oposición. Pese a todo, fueron muchos más ruidosos los meses previos por las explosivas denuncias sobre corrupción con fuerte impacto mediático, que los discursos de los candidatos en una campaña que poco hizo para acortar la distancia entre la sociedad y la política. La candidata oficial, Cristina Kirchner, prefirió hacer la plancha para consolidar su ventaja, en tanto que los candidatos de la oposición –con excepción del centroderecha, que recuperó el núcleo del discurso neoliberal– hicieron un difícil equilibrio para demostrar que no harán nada que altere los índices de desarrollo económico.
Al revés de los meses previos, no fue una campaña crispada, lo cual desorientó a los medios, más inclinados a la exasperación. También contribuyó a restarle interés el hecho de que las encuestas instalaron desde el primer momento a Cristina Kirchner como ganadora con una amplia ventaja sobre sus competidores. Se consagró así un resultado que parecía inamovible, aunque a último momento surgieron variantes que hicieron cambiar las estrategias de los candidatos.
La candidata oficial, primera cómoda en las encuestas, se recostó en esos resultados y se limitó a defenderlos con una estrategia conservadora, casi sin actos, sin contacto con los medios, sin grandes convocatorias. Como si tomara el ejemplo de Mauricio Macri en la segunda vuelta porteña, que prácticamente no hizo campaña, Cristina Kirchner evitó la arena de la confrontación directa con sus competidores. Aprovechó para eso la ventaja de ser la candidata oficial y primera dama y derivó al plano de las marquesinas internacionales. Las fotos con estadistas y dirigentes mundiales en Nueva York, Europa, Brasil y México, construyeron su imagen electoral.
Es probable que una campaña tan conservadora le haya permitido consolidar los buenos resultados que mostraban las encuestas en muchas provincias. Pero al mismo tiempo dejó que fuera la oposición la que construyera su imagen en distritos que no le eran favorables, como en el caso de la ciudad de Buenos Aires. Resulta paradójico que un amplio sector de las capas medias porteñas, que estaban en proceso de extinción en el 2001-2002, y que por lo tanto fueron las primeras que sintieron los efectos de la prosperidad económica, sean las que hayan asumido un activo rol militante opositor tras el triunfo de Mauricio Macri. Hay zonas de la ciudad donde el ánimo opositor es tan crispado que hace recordar a las épocas de la vieja antinomia entre peronismo y antiperonismo. En la ciudad de Buenos Aires es donde la campaña electoral resintió más la lejanía de la candidata oficial de los medios y es probable que aquí se verifiquen los resultados electorales más pobres para ella.
En Córdoba, el error de evaluación del Gobierno en la elección a gobernador disminuyó sensiblemente el respaldo a la candidata presidencial. Apoyó a Juan Schiaretti y a Luis Juez, con la presunción de que el primero ganaría con más de diez puntos de ventaja. Apostó a que la base electoral de las dos listas apoyarían a Cristina Kirchner, pero el empate técnico entre ambos candidatos y las denuncias de fraude por parte de Juez tuvieron como consecuencia una reacción contraria: las dos listas criticaron duramente la ambigüedad de la posición oficial y ahora es posible que la candidata del Frente para la Victoria no obtenga el primer lugar en el escrutinio.
A último momento los responsables de la campaña percibieron las luces rojas que ponían en riesgo su triunfo en primera vuelta y Cristina Kirchner ofreció entrevistas a algunos medios electrónicos, no a los gráficos, en un intento de ofrecer una imagen diferente a la que supieron construir de ella desde la oposición.
Los problemas de la oposición corrieron por otro andarivel. En primer lugar, porque tras ganar en la elección porteña, Mauricio Macri se convirtió en el candidato natural del centroderecha, pero no compitió en la presidencial. O sea que en el arco político que disputó la elección presidencial no figuró el candidato principal del centroderecha, que podría haberse convertido también en cabeza de la oposición. Para muchos de sus electores porteños y de otros distritos la elección perdió interés al no figurar Macri en ninguna de las boletas y derivaron sus preferencias hacia Elisa Carrió y Roberto Lavagna. La estrategia del empresario fue hacer más ominosa su ausencia y se negó a apoyar a ningún otro candidato del centroderecha para dejar en claro que ese es su lugar. Así quedó huérfana la candidatura de Ricardo López Murphy. Macri convocó, incluso, al voto útil, con lo que dejó en libertad de acción a sus electores para apoyar a los que tienen más probabilidades de llegar a una segunda vuelta.
Toda la oposición comenzó su campaña resignada a los números de las encuestas que daban como ganadora en primera vuelta a Cristina Kirchner. Y se limitaban a disputar el mejor posicionamiento para el futuro. En las semanas previas al comicio vieron el resquicio que habían dejado los errores en la campaña oficial y se ilusionaron con la posibilidad de que no alcanzara el límite del 40 por ciento de los votos, lo que abriría un escenario de segunda vuelta en el que podrían competir con más expectativas.
El segundo lugar se convirtió en una meta a disputar. Carrió, Lavagna, y con el mismo entusiasmo pero con menos posibilidades Alberto Rodríguez Saá, se anotaron en esa carrera. La ventaja de la oposición en esta competencia fue que se apoyó en la durísima serie de denuncias sobre corrupción que tuvieron fuerte impacto en los medios con los casos Skanska, Miceli, Picolotti y el valijero venezolano, entre abril y julio, y en las rebeliones populares en la capital de Santa Cruz. Para ellos, las denuncias actuaron como los bombardeos de desgaste previos al desembarco. El Gobierno sufrió ese bombardeo, pero las campañas electorales no pueden ser de desgaste, sino que los candidatos deben ofrecer propuestas y demostrar capacidad de gestión. Así, las denuncias quedaron en esa etapa previa y el problema para Carrió y Lavagna fue diferenciarse nítidamente de las políticas oficiales en economía, distribución de la riqueza, salud, educación, relaciones exteriores y derechos humanos y no sólo en transparencia institucional. Pese a que también fueron ayudados por los índices de inflación y el conflicto en el Indec, el discurso de los dos candidatos perdió contundencia porque al mismo tiempo debían disputar votos del centroderecha sin desencantar a sus electores originales más inclinados al centroizquierda. Y así quedaron ubicados más al centro.
Los candidatos del centroderecha parecen no haber sido beneficiados por la ausencia de Macri. Ricardo López Murphy, Jorge Sobisch y Alberto Rodríguez Saá, poniendo mayor o menor énfasis en el folklore justicialista (Rodríguez Saá) o en la calidad institucional (López Murphy), los tres manejaron propuestas neoliberales en lo económico y coincidieron en atacar con dureza la política oficial de derechos humanos. Sin embargo, ese espacio, que quedó muy desprestigiado tras la caída de Carlos Menem, sólo parece reanimarse con Macri. Rodríguez Saá, que en otro momento intentó ubicarse en el centroizquierda, se lanzó en forma decidida a recoger los restos del menemismo y probablemente sea el que logre la mejor performance de los tres, apoyándose en la liturgia peronista pero con discurso neoliberal, como hizo Menem.
Para la izquierda esta será probablemente la peor elección desde el 2001. Hasta la aparición de la candidatura de Pino Solanas la izquierda no conseguía insertarse en el nuevo escenario que comienza a delinearse. Mientras los maoístas del PCR decidieron directamente no presentar candidatos, los partidos trotzkistas regresaron a sus disputas intersectoriales en las que lo más importante es cuál de sus candidatos, José Montes, Néstor Pitrola o Vilma Ripoll, obtiene más votos. Alejado de las posiciones trotzkistas y maoístas, con quienes aún mantiene alianzas universitarias, el Partido Comunista diseñó un frente con el Humanismo sin resolver los conflictos que le produce el posicionamiento frente al Gobierno. Se define en la oposición, pero tiene más afinidad con muchas posiciones del Gobierno que con el resto de la oposición, lo cual dificulta la visibilidad de sus propuestas.
Muchos de los que en 2001 votaron a la izquierda fueron volcando su apoyo en las últimas elecciones hacia el oficialismo, sobre todo en el distrito porteño. La aparición de último momento de la candidatura de Pino Solanas le dio un nuevo cauce a una porción de ese voto y es probable que en el resto del país suceda un fenómeno similar de captura del voto oficialista desencantado y de la izquierda. Esta especie de voto castigo drenará algunos puntos de los que podría obtener Cristina Kirchner en la ciudad de Buenos Aires, lo que da muchas posibilidades a Claudio Lozano para renovar su diputación.
Más allá del resultado, cada elección es un paso más que aleja la crisis institucional del 2001. Cada elección enfatiza el perfil de las nuevas corrientes políticas, hasta hoy tan difusas que es posible hablar de la campaña electoral sin necesidad de mencionar a los partidos. Se abre ahora un nuevo período de cuatro años que dejará una marca muy fuerte en el proceso de conformación de un nuevo escenario-país que lentamente tiende a reemplazar al que estalló en el 2001-2002.
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