El camuflaje de los políticos
Ignacio Alvarado Álvarez
La primera semana de septiembre comenzó con un patrullaje extraordinario del ejército y un primer paso rumbo a la entrega de la seguridad pública del municipio a las fuerzas castrenses.
Ambas decisiones han sido exaltadas por el alcalde José Reyes Ferriz, quien se autopromueve como uno de los artífices de la estrategia. La penetración de los militares al ámbito de lo civil, es sin embargo un propósito gestado desde la presidencia de la república.
Felipe Calderón delineó el carácter de su gobierno desde el primero de sus discursos, la madrugada del uno de diciembre de 2006, pero no muchos atendieron su mensaje por estar embebidos con el reclamo de un fraude electoral.
En pocas palabras, dijo que su ejercicio presidencial iría de la mano del ejército, y los días posteriores, cuando presidió ceremonias militares como ningún otro mandatario en el pasado, no dejó cabida a la duda.
Con un país acotado por la violencia del crimen organizado y el narcotráfico, al presidente sólo le quedaba emplear la última de las cartas en el juego de la gobernabilidad, y para ello recurrió a los militares.
Lo que hace no es nada nuevo. Otros gobiernos del mundo han echado mano al mismo recurso en un afán por monopolizar el ejercicio de la violencia, y reinstalar así un principio de autoridad.
Sigue en @juarez
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La primera semana de septiembre comenzó con un patrullaje extraordinario del ejército y un primer paso rumbo a la entrega de la seguridad pública del municipio a las fuerzas castrenses.
Ambas decisiones han sido exaltadas por el alcalde José Reyes Ferriz, quien se autopromueve como uno de los artífices de la estrategia. La penetración de los militares al ámbito de lo civil, es sin embargo un propósito gestado desde la presidencia de la república.
Felipe Calderón delineó el carácter de su gobierno desde el primero de sus discursos, la madrugada del uno de diciembre de 2006, pero no muchos atendieron su mensaje por estar embebidos con el reclamo de un fraude electoral.
En pocas palabras, dijo que su ejercicio presidencial iría de la mano del ejército, y los días posteriores, cuando presidió ceremonias militares como ningún otro mandatario en el pasado, no dejó cabida a la duda.
Con un país acotado por la violencia del crimen organizado y el narcotráfico, al presidente sólo le quedaba emplear la última de las cartas en el juego de la gobernabilidad, y para ello recurrió a los militares.
Lo que hace no es nada nuevo. Otros gobiernos del mundo han echado mano al mismo recurso en un afán por monopolizar el ejercicio de la violencia, y reinstalar así un principio de autoridad.
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