jueves, 6 de noviembre de 2008

UN AGUJERO EN MI CABEZA

Mi tía Beba siempre estuvo preocupada por mi falta de previsión. Entiendo que para alguien nacido en los cuarenta las mujeres debamos ser la virgen del altar de un marido mártir que nos mantiene, atiende en el mejor sentido y por sobre todo: nos protege. Afrontando yo mi primer y único fracaso matrimonial (los que vinieron después no eran hombres que soportaran ni por un instante, una elección para siempre) no me quería hacer cargo ni de mi juventud, treintaysiete frescos febreros , ni de la belleza que más de un escritor usó como tópico al firmarme un ejemplar del libro que recién terminaba de presentar. Yo sabía que como zurdita era muy conservadora y que, como conservadora era demasiado progre. Lo mejor que me podía pasar y que me ponía a salvo de jugar el juego de gato y el ratón con todos los separados, solteros o viudos que andaban sueltos y desbocados, sueltos y alzados, sueltos y neurotizados por la pensión de su ex, y de sus hijos desestructurados por el corte abrupto de la familia burguesa, siempre de shopping el domingo, era dedicarme a lo que mejor me salía, lo maternal y la literatura. Ambos eran goces a los que nos estaba dispuesta a renunciar, hasta que esa libido, que el melancólico tiene, salió de cause.
Unos años antes, mi amiga Silvita me había confesado que ante la misma situación había decidido quedarse sola. Selva, otra cumpa de Puán me contó como los horribles retoños adolescentes de su novio cuarentón y viudo (categoría no mucho mejor que soltero o separado) le habían puesto el pié distraidamente haciéndola caer con una fuente de milanesas que su espíritu de Susanita había preparado para agasajar a esas bestias cuyo padre por no pagar una buena terapia, debió abonar el costo completo del clavo de peroné y el lucro cesante de Selvita que jamás volvió a esa casa en la que la finada la miraba amenazante desde un marco de plata de la chimenea. Es probable que la finada haya dirigido la operación en comunicación vía MSN con los vástagos dolientes que por pequeños y neuróticos, sacando partido de su enfermedad (Luisito mi psicoanalista dice que no hay enfermedad psíquica que no tenga su beneficio) le pusieron el pié a Selva que debería llamarse llanura.
El caso es que lo real no existe y eso es fácilmente comprobable... Y no sólo porque lo diga mi psico lacaniano...

No hay comentarios: