miércoles, 9 de mayo de 2007

Escribir es como Respirar (O la enfermedad de escribir)

Henry & June – Henry y June (1990)

Dirección: Philip Kaufman.
Guión: Philip Kaufman y Rose Kaufman.
Basada en ‘Henry & June’ (recopilación de los diarios) de Anaïs Nin.
Intérpretes: Fred Ward, Uma Thurman, Maria de Medeiros, Richard E. Grant, Kevin Spacey.

Partiendo de la premisa de hablar —a decir verdad, escribir—, sobre grandes obras de la literatura llevadas al cine, debo decir que las películas que uno ve nunca son como los libros que uno lee.

Henry y June —el primer film que Philip Kaufman realizó luego de La insoportable levedad del ser, 1988—. Trasladar o, adaptar literatura —con claras y efectivas intenciones—, supone siempre un primer interrogante: ¿será fiel al original; se deberá dramatizar más a causa de mantener una estructura fílmica confiable? Estas preguntas siempre me persiguen cuando estoy en presencia de un film adaptado, basado o ante una simple versión libre del texto.

En este caso, y volviendo al primer párrafo, debo decir que Henry y June es una honesta película, leal a los textos escritos por Anaïs: en reiteradas oportunidades, uno advierte que los diálogos son exactamente igual a los que hallamos en el libro, pero...: ¿por qué, si bien uno percibe esa fidelidad, también acaba con la agridulce impresión —y sensación— de carencia, de no haber alcanzado lo que esperábamos, de no haber sido una película completamente justa? Yo encuentro una respuesta. Y tal vez, también, deba decir que esta ambigua sensación se produzca solamente en aquellos que han leído y releído a Anaïs, en aquellos incansables lectores de sus Diarios, aquellos que saben que la intimidad lograda por Nin con su pluma es tarea ardua y nunca lograda cuando se intenta convertir esa furia femenina, esa primera clandestinidad en penumbras ejercida por esa (como Anaïs misma llamó) enfermedad de escribir, en veinticuatro cuadros por segundos.

La literatura tiene una fuerza que el cine no puede abarcar; porque la palabra posee un dominio que la imagen no alcanza. Y más aún aquí, donde la historia se basa en los Diarios de Anaïs. Cuando uno lee, las palabras que pronuncia en silencio nos permiten ir creando escenas únicas, escenas que nadie podrá concebir y proyectar como nosotros. Con cada vocablo vestimos a los personajes, otorgamos luces, sombras y hasta decoramos: realizamos nuestra película sin salir de la habitación que nos contiene.

Sin embargo, dejando a un lado los que creemos aciertos o no aciertos, basándonos en nuestra película creada a través de la lectura, Henry y June es un film exquisito, rebosante de un erotismo mágico; pero solo erotismo: a no confundir. Por ello, tal vez algún espectador desprevenido y poco versado sobre Nin y Miller, y desconocedor del París de los años ‘20 y ‘30, encuentre ciertas escenas que crea falsas, ilógicas o absurdas. Entonces, vale disipar dudas y mencionar que París por aquellos años era —en palabras de Alfred Perlès, escritor y amigo de Miller—, una rutilante Atenas: el centro indiscutible del mundo, donde el surrealismo ganaba cada vez más terreno y los extranjeros llegaban extasiados porque la Ciudad de la Luz ofrecía lo que ninguna otra ciudad del mundo podía ofrecer: libertad, y vivir con poco dinero pues todavía era un sitio barato.

Con un breve relato en off que abre y cierra la historia, Henry y June relata la vida de Anaïs Nin a través de las experiencias vividas luego de conocer a Henry Miller y a su mujer, June Mansfield. Nin confesaría en su Diario que se enamoró de Miller al instante: “He aquí un hombre al que yo podría amar”. Pero la belleza de June le hizo escribir: “Vi a la mujer más hermosa de la tierra: la única mujer que ha respondido a las exigencias de mi imaginación”.

El film tiene algunos guiños muy deleitables: Una foto de la propia Anaïs, la aparición como posible editor del libro de Henry del hijo de Luis Buñuel, Juan Luis Buñuel, (y un fragmento de ‘Un Perro Andaluz’); una acuarela de Miller con el rostro de Anaïs, la famosa foto ‘Môme Bijou’ de Brassai (amigo de Miller por aquellos años), y la imperceptible aparición de Gary Oldman como ‘Papa’.

Si bien la historia a adaptar era compleja —por sus muchas posibilidades de estructura—, aún sí, la narración no pierde en la totalidad del film (más de 120 minutos), la veracidad y las formas de la ciudad de la que Hemingway había dicho “era una fiesta”.

Tal vez uno de los mejores aciertos sea la imperiosa y magnífica interpretación que hace de Nin la actriz portuguesa María de Medeiros, bella por donde se la mire. Sus ojos narran: emiten fuego, furia, desconcierto, y también inocencia, vergüenza, ganas; pasión y amor, deseo y odio. Uma Thurman quien contaba en el momento de rodar la película con tan sólo 19 años, deleita con su soberbia personalidad, la misma personalidad absorbente, perversa y mentirosa de la verdadera June según los libros de Miller y los Diarios de Nin.

Seguramente, la caracterización que me provoca una mueca de inverosimilitud es la de Henry Miller. Porque un lector versado conoce —o cree conocer, tal vez con cierto grado de ingenuidad e inocencia—, a sus autores predilectos. Y hay algo en Fred Ward que siento muy orquestado, ‘actuado’ más que interpretado, por momentos una caricatura, a veces extrema. Aún así, gusta y llega; alcanza.

Perlès dijo en su libro ‘Mi amigo Henry Miller’, que Anaïs y Henry fueron amigos tan íntimos como Cástor y Pólux. Y eso se comprende también en el film. Aún así, la sensación final es de vacío, por momentos de insatisfacción, la misma insatisfacción de los amantes, amándose, escribiendo, ocultándose. Hay hechos, circunstancias, palabras, miradas, días completos y más, que al estar ausentes en el film, pueden producir falsedad; Nin en su libro nos deja ver que todo no fue tan rápido y casual, que ha habido un crecimiento gradual y espacioso en ellos hasta llegar a amarse; estos tiempos en la película son acortados por una necesidad obvia. Sin embargo, podemos vibrar con cada suspiro de María de Medeiros, mientras baila sola, ante la mirada de un Fred Ward atento y deseoso. Ella danza, se mueve, la música sabe estar presente, porque Kaufman supo escoger muy bien la banda sonora (la melancólica voz de Lucienne Boyer cantando ‘Parlez-moi d'amour’), del mismo modo que supo cómo vestir la postura de Anaïs y los ojos de Miller, y deja que ellos fluyan y avancen casi hasta desaparecer. La cámara juega con Nin, se aventura en un relato que desborda pasión. El mejor ejemplo es cuando Anaïs y Henry se conocen; luego que Hugo —esposo de Nin—, los presenta, caminan hasta la puerta de entrada de la casa y, en una magistral toma de decisión por parte de Kaufman, Osborn (abogado de Nin y amigo de Miller), Miller y Hugo, ingresan, y la última en hacerlo es la mismísima Anaïs: es ella quien permite el paso de los tres hombres (como si todos ellos fueran suyos y sea ella quien comanda la acción) y, antes de cerrar las puertas, hecha una tibia mirada hacia fuera para después ingresar.

La historia crece porque los personajes se mueven; y si bien Kaufman en algunas oportunidades abusa de la técnica del montaje (fundidos en negro), esto no quita intensidad a la película.

La fotografía es maravillosa. La creación del submundo parisino es exacta; ese mundo de bohemia, el mismo mundo que alberga personajes que presienten la guerra; las calles, el desenfreno, los encuentros por y para el sexo, París exhalando algo nuevo, cabaret aquí, allá, mujeres y hombres, deseos, odios, orgías, humo, comidas, prostitución..., todo lo que la Ciudad de la Luz albergó hasta antes que los ejércitos de Hitler invadieran y conquistasen París.

La diferencia más importante entre libro y film, reside en que Henry & June, que es simplemente el nombre que se le dio a la recopilación de fragmentos de los diarios escritos por Anaïs que iban desde Octubre de 1931 —año en que conoce a Henry— hasta Octubre del año siguiente, (tal vez por una cuestión de comercialidad se ha dado en llamarse así), decía, entonces, que esta recopilación acaba cuando June finalmente llega a París. En cambio, el film decide cerrar el círculo de un modo más concreto, volviendo a situar a sus protagonistas en primer plano, dejándolos acercarse aún más en ese triángulo de amantes que convergió (como Anaïs supo predecir), en la pérdida del encuentro entre ella y Henry. Nin sabía que finalmente acabarían perdiéndose, y así lo hacen, aunque hayan continuado siendo amigos con los años, y hayan permanecido colaborando con sus literaturas, hasta la muerte de Anaïs, en 1977, la primera en irse; luego, en 1979 partiría June y al año siguiente lo haría Henry; —como si realmente ninguno de ellos pudiese vivir sin el otro, y confirmando la innegable pasión que se profesaron, nadie puede decir que la sucesión de decesos es casual—.

Nin dijo en su Diario que “los escritores le hacen el amor a lo que sea..., y que éste (el amor), es un conflicto”: nosotros podemos entrever que hasta el Conde Bruggar (una marioneta que maneja June idéntica a Henry), lo sabe. “Amar a un solo hombre o a una sola mujer es encerrarse. Me siento atrapada entre la belleza de June y el genio de Henry”. El matrimonio Kaufman (co-escribieron el guión) supo qué palabras colocar en boca de la Anaïs de María de Medeiros. Muchos vocablos quedaron fuera, pero tal vez las mejores sensaciones de aquella mujer que fue Anaïs Nin hayan sido captadas y mostradas, incluso a través de ese final, que cierra el círculo empezado, la voz en off, su rostro, sus ojos españoles, franceses y americanos, porque Anaïs era eso, mixtura, todavía lo es, varios idiomas, varios amores, siempre varias direcciones. Los dejo con esto, tal vez, la esencia misma de su vida: “Cualquier forma de amor que encuentres, vívelo”.

Federico Maggiore,
para FOTOGRAMA24, la revista online del CIC.

1 comentario:

El Sabu dijo...

Gracias por compartir tan buena reseña. Los cinéfilos internautas vamos dando bandasos afortunados con blogs así. Les recomiendo la revista radiofónica PERIFONIA que se transmite por la red todos los lunes a las 11 pm (hora de Mñexico) en www.sicom.edu.mx
Saludos y enhorabuena.