martes, 29 de mayo de 2007

¿Quemar libros para que no desfallezca la palabra?

Parece que Tom Wayne , librero estadounidense de Kansas, dueño de Porspero's Books, quiso donar algunos libros y las bibliotecas y las tiendas de textos usados le respondieron que no había espacio para ellos. De modo que en un ataque de piromanía aguda (que en estas latitudes es perseguida y sancionada), el hombre decidió armar una pira con los libros. Su modo de protestar sobre lo que él considera 'la declinación de la palabra escrita' nos resulta sintomático. Podría haber averiguado si esos libros no serían bien recibidos en otros lugares. Podría haber sacado una solicitada ofreciéndolos. Podría, podría, podría.., haberse salido unos segundos de su fucking lógica capitalista.
Podría, ya que tiene acceso al Libro, haber contemplado que el mundo no acaba cuando Estados Unidos rechaza o avala una acción. Pero el señor Wayne está restringido a su territorio. ¿Por qué no me sorprende su curioso llamado a la empatía libresca? En su sitio de internet, denominado MySpace hace el siguiente llamado a la solidaridad:
"Creemos que la literatura no ha muerto. Creemos que todavía hay allí mucho de la condición humana que nuestro tiempo sigue necesitando que alguien diga" y pantea dos magníficas posiblidades. La primera es reenviando la historia por mail y reproduciéndola en blogs y otros medios.
La segunda es, directamente, comprar los volúmenes, que Wayne ofrece por un dólar más gastos de envío. "Tú puedes salvar estos libros de las llamas", dice. Y aclara que el dinero no es para obtener ganancias sino para publicar nuevas obras.
Amigo Wayne, la condición humana toda está en la literatura, no un poco, ni algo, ni mucho. Estimado Tom, haz click en Google o el buscador que prefieras, chequea cuantas bibliotecas están carentes de libros, aunque estén en inglés, muchos sudacas aprendemos vuestro idioma como puerta de entrada a quién sabe cuantas maravillas y deja de lado tu afán pirómano. Porque esta noticia en el Cono Sur no conmueve sino más bien promueve un recuerdo del horror o en el mejor de los casos, la hilaridad de quien lee. Durante la última dictadura militar se quemaron 1.500.000 libros, sin contar las anteriores situaciones donde el Libro fue la víctima alegórica, mientras se inscribía en los cuerpos lo que se borraba en los textos. Los textos incinerados, suelen ser por estos parajes, lo visible de los cuerpos invisibles, desaparecidos.
Nuestro llamado a la solidaridad es: Evitemos la barbacoa libreril, que alguien le quite la benzina Zippo a Tom.

Por Emma Funes

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