
Cuatro obras de Johannes Vermeer Van Delft (1632-1675) se encuentran en el Rijksmuseum de Amsterdam, Holanda. De keukenmeid (La lechera), Het straatje (El callejón), Brieflezende vrouw (Mujer leyendo una carta) y De liefdesbrief (La carta de amor) se exhiben junto a las obras de Rembrandt Van Rijn, Frans Hals, Jan Steens. La sala rectangular reune piezas maestras del siglo XVII, la edad de oro de la pintura holandesa. Los pequeños cuadros de Vermeer ocupan la pared opuesta a la que cubre la pintura de Rembrandt, Los síndicos del gremio de los pañeros de Amsterdam (1,915 x 2,79m).
Las obras presentan cuatro escenas de la vida cotidiana cuyas protagonistas son mujeres que bordan, limpian, preparan un desayuno, leen una carta o tocan un instrumento. El trabajo con la perspectiva, con las luces y las sombras mediante el empleo de una acotada paleta de colores, el azul y el amarillo junto al gris,

el blanco y el negro, construyen una atmósfera especial que, según señalan los críticos de arte, convierten a Vermeer en un pintor sin igual. Si bien el pintor trabaja con los tópicos y los materiales de la pintura
holandesa de su siglo: el costumbrismo cuya atención se centra en la vida cotidiana de campesinos y burgueses y en escenas de costumbres con presencia femenina y que tiene entre sus representantes a Gerard ter Borch, Nicolaes Maes, Gäbriel Metsu y Pieter de Hooch, entre otros, Vermeer presenta mujeres en distintas situaciones, si aparecen hombres, estos acompañan a las damas o, tal vez, motivan sus actitudes.
Los poetas del siglo XIII llamaban estancia -morada capaz y receptáculo- al núcleo esencial de su poesía porque este custodiaba el joi d’amor, único objeto de su poesía (Agamben, 1995), la estancia de Vermeer es dominada por lo femenino, el receptáculo es el espacio iluminado junto a la ventana cuyo marco recorta un ámbito privado, íntimo, individual, silencioso, un momento de eterna serenidad y dignidad, de

concentración en la tarea realizada. Un momento intemporal, absolutamente humano y estrechamente relacionado con la propia vida, sin idealizaciones, símbolos o alegorías, una bella escena doméstica y femenina lograda mediante un minucioso, microscópico trabajo con la luz y el color. El azul es intenso, suave o plata, el amarillo, oro o polvo, según el torrente de luz encienda o acaricie las distintas superficies, la pared blanca resalta la gruesa figura de la lechera, acoge en suave penumbra a la dama que lee la carta, higieniza la humilde casa del callejón o contiene
a la mujer que recibe una carta. La luz hace visible o invisible los elementos constitutivos del cuadro, la luz detiene la mirada del espectador en cada corpúsculo de óleo. No están presentes aquí los adustos retratos de autoridades eclesiásticas, políticas o triunfantes mercaderes, tampoco las estériles mujeres vestidas de negro y cuellos blancos o las que

acompañan a los hombres en las fiestas, los objetos son pocos, la escena despoblada. Vermeer se desembaraza así de motivos religiosos y también de los masculinos y encuentra, a través de un mundo femenino, el tópico mediante el cual discutir, dentro de la obra, con las condiciones de producción pictórica de su época. Es innegable que la mirada masculina de Vermeer estetiza y moldea ese mundo femenino, en la tensión entre lo público y lo privado, lo reduce a esto último, lo encierra, lo domestica, aún más, lo moraliza: señala el lugar en el que la mujer debe y no debe estar, todo esto a cambio de otorgarle, sin embargo, el privilegio de ser junto con la luz, los eternos soberanos de su obra.
1 comentario:
Realmente la pintura holandesa del renacimiento es mi preferida. A este pintor no lo conocía por lo que ya me pongo a buscar más información. Gracias
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