Por Emma Funes
En un reportaje concedido al diario LaTercera de Chile, aparecido el domingo 2 de Junio en el suplemento Papel Digital, cultura, la señora María Kodama efectuó declaraciones que a simple vista son al menos agraviantes para los estudiosos de la literatura, los lectores y la memoria de quien fuera un escritor exquisito y premiado, Adolfo Bioy Casares.
Reproducimos aquí sin modificar su contexto, algunas de sus aseveraciones:
Kodama acusó a Bioy de "Salieri" de Borges.
Consideró una “traición” la publicación del diario sobre la amistad de su marido con Adolfo Bioy Casares, al que criticó duramente: lo llamó "Salieri" -rival de Wolfgang Amadeus Mozart- y le atribuyó un “egoísmo atroz”.
Consideró una “traición” la publicación del diario sobre la amistad de su marido con Adolfo Bioy Casares, al que criticó duramente: lo llamó "Salieri" -rival de Wolfgang Amadeus Mozart- y le atribuyó un “egoísmo atroz”.
En esa misma entrevista la viuda de Borges -acusada por amigos del escritor de haberlo aislado- fue tajante. "Ninguno de los libros sobre Borges tiene valor".
La versión de Kodama no coincide con la de un biógrafo del escritor, Alejandro Vaccaro, o la de María Esther Vázquez, pero dijo que eso no le importa. "Son elucubraciones delirantes de personas que tienen preconceptos y quieren que la biografía de Borges entre en la biografía que ellos quieren que sea".
La versión de Kodama no coincide con la de un biógrafo del escritor, Alejandro Vaccaro, o la de María Esther Vázquez, pero dijo que eso no le importa. "Son elucubraciones delirantes de personas que tienen preconceptos y quieren que la biografía de Borges entre en la biografía que ellos quieren que sea".
Uno ve todo un proceso de una enorme envidia y de un enorme resentimiento cuando (Bioy) dice ‘el crítico fulano de tal con el pretexto de ensalzar mi obra, la hunde, la cocina, la sancocha, comparándola permanentemente con la obra de Borges’. ¿Eso quién lo dice? Salieri. ¿Y quién es en este caso? Bioy.”

Toda esta andanada crítica sobre los biográfos y amigos de Borges, no sólo injuria y descalifica sino que produce una aporía maravillosa, la de leer compulsivamente tanto el libro de Bioy, como el de María Esther Vazquez o el extenso texto de Vaccaro.
Los lectores de Borges sólo queremos encontrarnos con él. En el Borges de Bioy, nos reencotramos con el Borges más cercano, como dice Rodrigo Fresán "aparece la frase/mantra/slogan/loop 'Come en casa Borges'”. Más de 2000 veces. Y no me cuesta mucho pensar en este libro como en uno de los tomos perdidos pero igualmente famélicos de aquella enciclopedia alien. O como en una especie de Aleph con intereses muy puntuales al que no le preocupa contener todo el “inconcebible universo” sino –nada más y nada menos– que al universo de estos dos tipos comiendo con las bocas abiertas por carcajadas incontenibles.
Se puede entender cierto encono de la señora Kodama cuando refieriéndose a ella , Adolfito pone en boca de Borges: “¿Sabés a qué mujeres admira María? A Medea y a Lady Macbeth. ¿Y a qué personajes de la Historia argentina? A Rosas y a Quiroga. Tal vez debería dejarla, pero sé que me dejaría crying for the Carolines. Estoy siempre deseando estar con ella y, cuando estamos juntos, deseo que pase el tiempo de una vez y se vaya”.
¿No es fascinante? Si lo que el diario de Bioy consigna es cierto, esta no sería más que una demostración de amor, cuántas veces deseamos quedarnos solos cuando comprobamos que el otro, ese que elegimos está en las antípodas y sin embargo, lo necesitamos para respirar a pesar de todo. Debilidad le llaman.
Borges y Bioy -Bustos Domeq- escribieron páginas memorables, el diario de Adolfito (como le decían sus íntimos) repone una intimidad anacrónica que hoy con la caída de la vida privada es impensable. Bioy celebra y se une a su compañero de ruta de tantos años y sólo toma distancia en dos oportunidades, como bien ha señalado Alan Pauls: "Sólo hay dos momentos fuertes en que Bioy parece tomar distancia de su amigo y, como si el pacto que los une quedara en suspenso o él hubiera madurado de golpe, lo contempla desde afuera. Uno, cuando nombra la condena boswelliana que pesa sobre él: ser “el discípulo o alter ego de Borges”, que “me cocina y me sumerge en la comparación”, “nefasta para la difusión de mis libros y para que se me tome en cuenta como escritor”. (Pero si Bioy fuera algo más que un Boswell brillante, lo que ya es mucho decir, ¿por qué su diario “sin Borges”, Descanso de caminantes, parece, al lado de éste, de una fatuidad mediocre y sin consuelo?). El otro momento es cuando está en juego la vida sentimental de Borges, desdichada, irremediable, capaz de suscitar en Bioy, un profesional de la prescindencia, uno de los pocos impulsos “intervencionistas” que se permite a lo largo del diario. Y está por supuesto la bella escena del final, con Borges en Ginebra, separado del mundo por el cerco de María Kodama, muerto, y Bioy en Buenos Aires, enterándose de la suerte de su amigo en la calle, por boca de alguien a quien ni siquiera conoce. “Pasé por el quiosco”, escribe. “Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges.”
Éste que desnuda su carencia no es un Salieri, es alguien que ha perdido a su cómplice, es el ganandor del Premio Cervantes imaginando un mundo sin Georgie.
¿Qué daría usted lector por tener 40 años compartidos con el mayor escritor de habla hispana? Por tenerlos y porque nadie le pueda quitar el derecho de escribirlo, publicarlo y hacer gozar al noctámbulo leedor en un tiempo fuera del tiempo.
Todos en algún momento desopilante del libro quisimos estar allí, ser parte, pertenecer. No pudimos, no pertenecemos, estamos fuera de ese tiempo, de ese código y de esa amistad.
Todos los que consideramos a Borges el hombre de la palabra indestructible quisimos ser Bioy, que entre otras cosas es el hacedor de "La invención de Morel" y "El sueño de los héroes" y ya nadie le podrá quitar su diario, su amistad con Borges, sus premios y el hecho de ser más allá de cánones y gustos literarios Un Escritor.
Fantaseo con un no lugar en donde ambos se ríen de las mezquindades de los críticos y de los suceptibles, están por sentarse a cenar y Adolfito anota en su cuaderno, antes de la primera ironía de Georgie: "Come conmigo Borges..." y nadie puede cambiar esa página.
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