jueves, 7 de junio de 2007

Henry Miller

Henry Miller, a 27 años de su 'mudanza'.
(Nueva York, 26 de diciembre de 1891 - California, 7 de junio de 1980)

“De vez en cuando iba a pasar la noche en la biblioteca pública, para leer. Eso era como ocupar un palco en el paraíso. A menudo, cuando abandonaba la biblioteca, decía para mis adentros: "¿Por qué no vienes más a menudo?" El motivo de que no lo hiciera, por supuesto, era que la vida se interponía en el camino. Uno muchas veces dice la "vida" para indicar el placer o cualquier distracción tonta”. (De 'La lectura en el retrete').

Henry.
Henry Miller.
Henry Valentine Miller.
Henry. Miller. Él. El hombre.
El primer libro (y con Miller minimizaría su universo al decir solamente libro), que produjo un gran desorden en mí fue “Trópico de Cáncer”. Desorden del alma, transfiguración y transformación de conceptos, éticos, morales, existenciales. Desorden de ideas, las líneas que dividían a los pecadores del magistral mundo de los creyentes puros, los hipócritas, las ruinas del interior, esa búsqueda individual, el terror, la desesperanza, las calamidades, el cáncer, el tiempo –y, el cáncer del tiempo–, el amor, la soledad, el lenguaje, el verbo y la pintura, los colores, la masturbación, la mujer, el ocio, la guerra, las labores, los padres, la amiga, los amigos..., y París, rutilante Atenas.

Henry. Miller. Él. Mi padre.
Sí, mi padre, Mi Padre Literario, quien, a empujones, suaves, acariciantes, con sus manos, esos dedos ya arrugados e inmóviles cuando yo nací, tiesos, algo toscos, ojos azules, oceánicos, su cabeza calva, su altura, su delgadez, y todo él, sus orígenes, sus actos, su locura: me despertó siendo un niño.
Algunos no despiertan nunca, otros nunca nacen: otros, creen hacerlo. Él, llegó a mí, o yo a él; el destino azaroso a veces con forma de espiral, no nos permite saberlo nunca. Lo importante, es que siendo niño, mis manos daban vuelta la página del Libro cada vez con mayor rapidez; señal que estaba amando cada palabra, oración, párrafo; amando París, los encuentros, el sexo, la razón que escapaba, el placer que despedían las páginas y me penetraba, la canción que es la vida.

Miller para mí es eso: Mucho más que un libro, mucho más que los Trópicos y su Crucifixión Rosada. Es Anaïs Nin, es June, perversa y bella June Mansfield, es también Brenda, sus acuarelas, sus colores; es Villa Seurat pero también Big Sur. Es el amor: Miller: sencillo y auténtico. Creo verlo, a veces, y oigo su ‘hem’, entre palabra y palabra, entre pensamientos.

En ‘Mi amigo Henry Miller’, escrito por Alfred Perlès, Miller prologa el libro y dice:
Es tu historia, querido lector, tanto como la mía o la tuya, y si careces del sentido necesario para percibirla, tanto peor para ti. Pues todos nosotros hemos nacido de la misma madre, hemos bebido la misma leche áspera, y hemos de volver al mismo seno celestial, más prudentes quizá pero no más tristes, y, ciertamente, no peores por la experiencia. Cualquier pasaporte que hayamos utilizado aquí abajo será sin la menor duda sellado con la palabra “Inválido”. Si nos disfrazamos tan bien como para burlarnos del Creador mismo, asegurémonos primero que no podemos burlarnos de nosotros mismos. Es toda una vida, un juicio, una dispensa. El alma continúa marchando. No somos nosotros quienes volvemos una y otra vez sino ella. Y “Ella” sabe donde va a pesar de toda evidencia en sentido contrario.

Me despertó, como ningún otro, a intentar vivir esa vida libre de prejuicios. A veces, mal comprendido, denostado, prohibido, lo creyeron simplemente un pornógrafo estúpido y aburrido. Nada más lejos de Miller, aquellos se han quedado en la superficie del Hombre, el Escritor, el Artista, humilde, sincero, tierno, amante, pero por sobre todo, libre e independiente. Casi un niño, que paseó y pasea por Brooklyn, del brazo de la soledad. Y más, Miller es tan Miller que produce miedo saber que existió un Hombre tan decididamente feliz que eligió vivir, soñar y escribir, a través de los placeres de la vida misma. El alma continuará marchando; sus manos, como sus textos, también.
Por Federico Maggiore.

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