jueves, 28 de junio de 2007

Borges: "...y los movimientos de un caballito de ajedrez"

EL GRAN AMOR DE BORGES
Visto a través de los ojos de Oxford

Esta es la primera biografía en lengua extranjera que abarca el lapso completo de la vida de Borges y su trabajo, basada en fuentes antes desconocidas y no disponibles. La obra ilumina su lado humano: raíces, relaciones con la familia y los amigos, amores y crisis. En este fragmento, el profesor inglés Ewin Williamson retrata a un creador atravesado por emociones turbulentas y locamente enamorado de la escritora Estela Canto. Pasión imposible.
Edwin Willliamson

Años despues. En 1967 Borges contrajo matrimonio con Elsa Astete. El encuentro con Estela Canto se remonta a 1944, cuando la conoció en una fiesta que dieron Bioy y Silvina Ocampo. Foto: cedoc perfil


Una noche de agosto de 1944, le presentaron a Borges a la joven Estela Canto, en una fiesta que daban Bioy Casares y Silvina Ocampo. Delgada, morena y bonita, Estela tenía ojos penetrantes y una sonrisa irónica que le daba un aspecto de fiera inteligencia, que conservaría en la vejez. A los veintiocho, era dieciocho años menor que Borges, y se había apartado del camino convencional de la mujer argentina al decidir no casarse y seguir en cambio una carrera en el periodismo y la edición. Ahora se estaba haciendo un nombre como escritora, y Sur le había aceptado dos de sus cuentos hacía poco. Su hermano Patricio, escritor ubicado en los bordes del grupo Sur, se la había presentado a Silvina Ocampo, y Estela pronto se convirtió en una invitada regular a las soirées literarias de los Bioy.

Su primer encuentro con Borges fue poco prometedor: había leído La muerte y la brújula en Sur, cuento que la había impactado, pero quedó decepcionada por el aspecto de su autor; aunque le habían dicho que no era muy apuesto, era peor de lo esperado: regordete, bastante alto, con un rostro pálido y mofletudo y pies bastante pequeños. Después de darle la mano con aire ausente, Borges se ocupó muy poco de ella, falta de atención que irritó a Estela, porque en aquellos días daba por sentado que los hombres la encontraban atractiva. Era, de hecho, una mujer con amplia experiencia sexual: había tenido relaciones con escritores pero prefería los hombres de acción, y cuando conoció a Borges, tenía una relación con un inglés, “un espía británico que se desplazaba continuamente por la Argentina y por Brasil”.

Después de ese primer encuentro, apenas volvieron a cruzarse, pero alrededor de la fecha en que se publicó Ficciones, el 4 de diciembre, Estela se estaba yendo del departamento de los Bioy al mismo tiempo que Borges, y mientras enfilaban juntos hacia el subterráneo, debe de haber dicho algo que le llamó la atención a Borges, porque cuando llegaron a la entrada, le sugirió que caminaran unas cuadras. Era más de la medianoche, pero una brisa agradable soplaba desde el río y los jacarandás seguían en flor, señal de que la primavera aún no había dado paso al calor sofocante del verano de Buenos Aires.

Bajaron por avenida Santa Fe hasta que llegaron a la Plaza San Martín, pero él le ofreció acompañarla caminando hasta Barracas, en la zona sur, una distancia considerable. Habían estado hablando del ascenso del coronel Perón, el ministro de Trabajo, que había llegado a dominar a la junta militar y estaba creando una base de poder formidable en los sindicatos. Estela, que era de izquierda, creía que una toma del poder fascista era un peligro muy real. Borges también consideraba el ascenso del coronel Perón como una pesadilla, pero creía que terminaría una vez que finalizara la guerra con la esperada victoria de los Aliados. A cierta altura de la conversación, Estela mencionó a George Bernard Shaw y citó en inglés el final de Cándida. El hecho de que ella supiera inglés y pudiese citar sus pasajes favoritos de memoria agradó muchísimo a Borges. Cuando se detuvieron a tomar una copa en un bar, la miró de cerca, como si la advirtiera por primera vez, y dijo en inglés: “La sonrisa de la Mona Lisa y los movimientos de un caballito de ajedrez”. Estela se sintió halagada, y gratificada de que al fin ese hombre (“uno más”) quedara impresionado con ella; y no era sólo por su aspecto, porque Borges agregó después: “Es la primera vez que encuentro a una mujer a quien le gusta Bernard Shaw. ¡Qué extraño!”.

Continúa aquí:

2 comentarios:

peregrina dijo...

Encantador recuerdo delMaestro, era muy enamoradizo. Hay tantas anécdotas que lo pintan como alguien sensible con respecto a las mujeres. Celebro el hallazgo.

Emma Funes dijo...

Si, es un hallazgo sobre todo en épocas en que algun@s se disputan al maestro como ibjeto de su pertenencia. El maestro es de las mujeres que amó (muchas) así como nuestro...los que lo tenemos como primer referente.