En la zona y en la lengua
Por Silvana López
La patria es la infancia, sostiene Juan José Saer en Razones, mientras que lo nacional es una categoría vacía y política, estamos constituidos en gran parte por el lugar donde nacemos. Los primeros años del animalito humano son decisivos para su desarrollo ulterior. La lengua materna ayuda a constituir su realidad. “Lengua, sensación, afecto, emociones, pulsiones, sexualidad: de esto está hecha la patria de los hombres, a la que quieren volver continuamente y a la que llevan consigo donde quieran que vayan. La lengua le da a esa patria su sabor particular”. Por lo tanto, la patria pertenece a la esfera privada.
No puede uno sustraerse a la carga afectiva que encierran estas líneas así como tampoco se puede evitar la sospecha de un cierto tono confesional. La mente fluye y trata de imaginar a Saer-niño experimentando el mundo, allí, en la provincia de Santa Fe, para luego ir y detenerse en su obra, en la lengua, en los personajes y el espacio narrado. Los meandros de la lengua. La historia de los personajes. Los elementos del espacio.
No puede uno sustraerse a la carga afectiva que encierran estas líneas así como tampoco se puede evitar la sospecha de un cierto tono confesional. La mente fluye y trata de imaginar a Saer-niño experimentando el mundo, allí, en la provincia de Santa Fe, para luego ir y detenerse en su obra, en la lengua, en los personajes y el espacio narrado. Los meandros de la lengua. La historia de los personajes. Los elementos del espacio.
Allí se da a leer el río, negro o dorado, con vida o sin ella, y el silencio, el silencio de la siesta bajo el sol abrazador, un instante suspendido donde, tímidamente, las olas lamen la arena de la orilla, el remo de la canoa corta el agua caramelo dejando una estela a su paso o donde irrumpe, imprudente, una lancha con motor fuera de borda. También, es el momento en que la ciudad queda desierta, el asfalto derritiéndose a escondidas.
El calor, la humedad, los gotones que anuncian las tormentas de verano, la lluvia, el sordo ruido de la bomba de agua, el balde de plástico no de otro color sino rojo, la sombra que proyecta el paraíso. Los cuerpos transpirados, los amigos, el vino, los asados, la sopa, la ensalada de tomates y las charlas de café.
En Nadie nada nunca, “el bayo amarillo tasca”, en El limonero real se “matea a la sombra”, en Glosa buscan mandarinas al fondo, “las mandarinas estaban tan frías que hacían doler los dientes cuando se las mordían”.
La lengua es la lengua del afecto y de las tempranas experiencias, hay un ethos que se traslada con Saer de París a Colastiné, a la isla o a la calle San Martín y se traduce en su escritura. Lengua materna e infancia no para representar sino para presentar, postular un mundo dentro de los posibles narrativos, una categoría más para asediar dentro de su adensada y exquisita estética.
El calor, la humedad, los gotones que anuncian las tormentas de verano, la lluvia, el sordo ruido de la bomba de agua, el balde de plástico no de otro color sino rojo, la sombra que proyecta el paraíso. Los cuerpos transpirados, los amigos, el vino, los asados, la sopa, la ensalada de tomates y las charlas de café.
En Nadie nada nunca, “el bayo amarillo tasca”, en El limonero real se “matea a la sombra”, en Glosa buscan mandarinas al fondo, “las mandarinas estaban tan frías que hacían doler los dientes cuando se las mordían”.
La lengua es la lengua del afecto y de las tempranas experiencias, hay un ethos que se traslada con Saer de París a Colastiné, a la isla o a la calle San Martín y se traduce en su escritura. Lengua materna e infancia no para representar sino para presentar, postular un mundo dentro de los posibles narrativos, una categoría más para asediar dentro de su adensada y exquisita estética.
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