Por Ana María Carvajal, El Comercio, Ecuador.
Lo que era una sospecha para el público fue confirmada por Facundo Cabral, la noche del viernes: los Cabral también podrían hacer de las suyas en Macondo, mientras los Buendía estuviesen de gira con Facundo.
A esa resolución llegaron un día el cantautor argentino y el escritor colombiano Gabriel García Márquez, cuando por coincidencia se vieron en un aeropuerto.
Aunque el pacto quede en las palabras, invita a imaginar. Y no es difícil, menos aún si uno escucha las historias de Cabral sobre sus parientes y otros habitantes del lugar donde vivió su infancia.
En su familia había de todo. Estaba la Abuela, por ejemplo, a quien le extrañaba que algunas mujeres guardaran su virginidad como un tesoro: “¿Qué es eso de andar escondiendo lo que el Señor te dio para compartir?”, decía, en aquel pueblo sin nombre que Cabral pinta en su memoria.
El concierto del viernes hizo viajar a los presentes a un lugar chiquito, pintoresco, de calles de piedra, con una plaza llena de árboles y una pileta al centro, justo al frente de la iglesia. Por ahí seguro paseaban Teresa, el padre, el sacristán, el abuelo, el tío Pedro...
Puede que el pueblo no sea como uno lo ve, con los ojos cerrados, pero ahí radica la magia de escuchar hablar y cantar a Cabral junto a su guitarra, que él define como su “conciencia externa”.
Al inicio, Cabral contó su paso por la India, su amistad con la Madre Teresa de Calcuta y cómo desterró de su vida tres palabras: compromiso, responsabilidad y deber. “Si haces lo que no amas, por más que trabajes ocho horas al día sigues siendo un desocupado”.
La del viernes fue una noche para acompañar a Cabral en sus recuerdos. Estaba la anécdota de su madre, quien una vez rechazó una agenda que le regaló Jorge Luis Borges. Agradecida por el detalle se la devolvió porque no la usaría: “¿Para qué quiero yo una agenda si sólo hago lo que amo?”.
Ella misma le dijo que no odiara a su padre por haberse ido. “No era tan inteligente, seguro se perdió”, le dijo, y así le ahorró varios años de psicoterapia.
En Mar del Plata, donde subió a un escenario por primera vez, el 1 de enero de 1960, conoció a su padre, que lo esperaba, cuando Facundo tenía 46 años.
Cabral confesó no tener casa, tampoco mujer. No tiene yate porque sus amigos también lo tienen. En resumen, se define como un vagabundo “first class”.
El cantautor también resolvió una duda, cuando vio el teatro lleno: “Esto confirma lo que siempre sospeché: nos queremos, por eso nos juntamos”, dijo, al tiempo que dejó caer un consejo: “Que no nos distraigan las noticias”. Se preguntó por qué se sufre tanto en Quito si cae la bolsa de Hong Kong. “El exceso de información ya es obra de deformación”, concluyó.
Dice que nació cuando tenía 16 años y conoció a Jesús y que no entiende la guerra en la ciudad santa, donde nacieron él, su hermano, y también Mahoma. De tanto no entender cosas, quiso cambiarlas y creyó en la revolución.
Se convirtió en artista por coincidencia y dice que su canción no tiene apuro: “No canto por cantor, sino que digo por hombre”.
Para los incrédulos tiene respuesta: “Fui analfabeto hasta los 14 años, por eso cuando me dicen ‘no puedo’, yo les digo ‘no jodas”.
Todo esto mientras interpretaba temas como "Vuele bajo", "Yo no vendo, yo no compro", "Me dijeron por ahí...", y contaba que vino para decir gracias a los quiteños, por ser sus compinches.
Al final, pintó imágenes de la otra vida. “Allá nos vamos a ver”, dijo, antes de la despedida.
Cree que puede entrar a los récords Guinness por sus ocho extremaunciones y dice que algunos lo han llamado ‘Cabral, el inmortal’. Pese a ello, está preparado para irse. Quiso despedirse como hace muchos años se presentó, cantando su tema bandera, "No soy de aquí ni soy de allá".
1 comentario:
me llamo ernesto cabral, queria saber si puedo ser uno de sus parientes, ya que segun mis conocimiento es un apellido no muy comun
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