lunes, 22 de octubre de 2007

JUÁREZ, SUEÑOS TRUNCOS


Ciudad Juárez
EL FIN DEL SUEÑO

Ignacio Alvarado Álvarez en @juárez
La tierra ha quedado suspendida frente a la casa de Rafael Reyes. Hace tiempo que sus tres hijos pequeños juegan entre tambos repletos de basura y tinacos oxidados con agua de pipa. Los minutos previos Rafael preparó un par de latas de atún con verduras, pero todo esfuerzo por lograr que sus hijos coman ha fracaso. Desde la penumbra de la única pieza que construyó hace 10 años, con cartón y madera, se contempla una columna de chozas miserables de otro centenar de migrantes, al pie de un barranco árido en la colonia Renovación 92, en el poniente de Ciudad Juárez. Más allá, el lugar que les atrajo con la promesa de días menos austeros, se extiende como una amenaza. Los niños corren envueltos por la nube de polvo, sin conciencia del peligro que les asecha.
Se trata de una de las zonas más vulnerables de la ciudad, en donde sus habitantes exponen la vida cada instante. Desde lo alto de esas colinas desoladas, millares de nuevos juarenses se desplazan sin protecciones para llegar a sus centros de trabajo o a los planteles educativos, escasos y distantes. Es uno de muchos ejemplos de la brutalidad urbana que inició hace 40 años, cuando el municipio registró una transformación enorme, presionada por los proyectos de industria y comercio que emprendieron unos cuantos empresarios, que al final diseñaron una comunidad de trabajadores cautivos, sin importarles demasiado su futuro. El saldo del experimento puede verse con claridad todos los días, con el registro de más de 200 crímenes.
Los migrantes como Reyes forman parte de la segunda generación de mexicanos que llegaron en busca de un empleo en la maquiladora, y provocaron sin saberlo un desorden urbano, que los coloca al mismo tiempo en la primera fila de víctimas del caos. Además de la desarticulación, la ciudad suma fenómenos particulares. Durante un siglo, los criminales han operado estructuras paralelas al Estado, y dentro de ese régimen una mayoría de los ciudadanos quedó expuesta al peligro. La violencia que sorprendió al mundo hace década y media, con el asesinato de mujeres y una racha interminable de ejecuciones, tuvo cabida en cada hueco que le permitió una sociedad resquebrajada desde mucho tiempo atrás.
Por eso Reyes y su familia son sobrevivientes: mientras su esposa trabaja de día en las líneas de producción, él lo hace por las noches, en un afán por mantener sus vidas bajo control, algo que sin embargo, se ha perdido al paso del tiempo. La justificación a tanto sacrificio, es comprensible sólo para quienes, igual que ellos, huyen de la miseria: en Veracruz, su tierra natal, se estaban muriendo de hambre. Un empleo formal en esta frontera, así vivan entre paredes de cartón y madera, les brinda garantías de seguridad social e ingresos semanales.
Hay motivos de sobra para sentirse inseguro en una ciudad como Juárez. Los asesinatos han visto un ascendente cada año que pasa. Por años, quienes se dedican a traficar con droga o a otros giros ilegales, son sujetos identificados por muchos, pero la autoridad jamás ha atentado en su contra. En febrero de 1996, el entonces gobernador Francisco Barrio Terrazas, explicó las causas: aunque todos saben sus nombres, dijo, se carece de elementos judiciales para arrestarlos. Es un vacío de poder del que se aprovechan todos. Los mensajes de impunidad están perfectamente asimilados. Las estadísticas criminales pueden no revelar el fondo, y por eso hay que reparar en detalles, como la metodología que han comenzado a copiar los delincuentes comunes. Las características de los homicidios se han homologado como jamás se creyó.

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