sábado, 3 de noviembre de 2007

EL NOMBRE DE LA ROSA ES LA ROSA

Pan y rosas?
Por Eleonor Faur (*) en las12
Durante siglos, hemos construido el símbolo de lo femenino a partir de las rosas. Las rosas y el color rosado. Las flores que brotaron el lunes en la calle Balcarce. El color de los muros de la Casa de Gobierno. Pero si ampliamos unos grados nuestra perspectiva y nos adentramos a pensar no ya en aquello construido socialmente como “lo femenino” sino en el lugar que las mujeres ocupamos en las relaciones sociales, no hay consigna más poética que aquella que embanderaban las obreras que luchaban por sus derechos desde el siglo diecinueve. Hablemos entonces de “pan y rosas”. Una nación con más de un siglo y medio de vida, desde su primera Constitución, en 1853, debió esperar casi cien años para que las bases de la igualdad política les garantizaran a las mujeres, recién en 1947, el derecho al voto. Sesenta años después, tenemos la primera mujer elegida como presidenta y otra mujer liderando la oposición. Hemos observado, además, una campaña sin expresiones marcadamente misóginas.
En principio, el acceso a la presidencia por parte de una mujer, Cristina Fernández de Kirchner, supone un punto de inflexión en la política del país. Dirán que esa frontera se atravesó en 1991, con la sanción de la ley de cupo parlamentario. Es cierto. Sin embargo, hay todavía dos provincias que no han adherido a dicha ley (Entre Ríos y Jujuy) y el Poder Ejecutivo, de una particular relevancia en nuestro sistema y cuyo alcance simbólico no se puede ignorar (entre otras cosas, porque al ver a una presidenta, quienes hoy son niñas podrán imaginar serlo ellas algún día), continuó siendo un coto de reducido acceso para las mujeres. En el año 2007, y hasta la elección de Fabiana Ríos en Tierra del Fuego, no había en el país ni una sola gobernadora y sólo un 8,5% de gobiernos municipales, en buena parte, en localidades pequeñas, en las que habita el 2% de la población total del país, contaban con una intendenta mujer. Entre los cargos no electivos del poder nacional: sólo 2 de los 10 ministerios, y 6 de las 48 secretarías de Estado y de la Presidencia se encuentran ocupadas por mujeres.
El hecho de tener la primera presidenta electa implica un paso, pero no garantiza per se la profundización de la justicia distributiva, necesaria para avanzar en el camino de la igualdad de género y de la superación de la pobreza. Hoy, aproximadamente, una de cada cuatro mujeres es pobre en todo el país. Y esto conlleva especiales desafíos de política pública, en términos de protección del derecho al trabajo digno y en condiciones de igualdad y de su necesario balance con las responsabilidades familiares, que hoy recaen principalmente en las mujeres, pero que deben ser pensadas como responsabilidades de trabajadoras y trabajadores. Es distinto el pan para unos y otros, aun cuando sea igualmente necesario para todas y todos. Tan necesario como las rosas. El reto, entonces, será sentar las bases para conciliar el pan y las rosas, como símbolos de la imbricación de derechos sociales y políticos, del acceso a bienes materiales y simbólicos. Las rosas sin pan sólo serán expresiones estéticas y de un romanticismo vacío. Bello y relevante, pero insuficiente. El pan, sin las rosas, podrá indicar logros nutricionales. Imprescindibles, pero todavía áridos. Brindemos entonces por Pan y Rosas para todos y todas. ¿Estaremos ahora un poco más cerca?
(*) Sociologa e investigadora de la Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de General San Martin.

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