lunes, 26 de mayo de 2008

JUÁREZ, EL TERROR QUE NO CESA

El trasiego de las hormigas

Ignacio Alvarado Álvarez en @juárez
La ciudad vive una faceta desconcertante no sólo por el número de asesinatos, sino porque se supone que la presencia federal no encuentra una proporción similar desde los años de la revolución mexicana y aún así la sensación de abandono es irreparable.

Cada semana que ha corrido desde el primero de los días de 2008, ha visto escalar puntajes en las tablas delictivas. Desde el robo de autos hasta los asaltos en las calles o en pequeños negocios, las cuotas sangrientas de pandillas adolescentes o la violencia intramuros, fijan desafíos impresionantes si se pretende un régimen de gobierno.

El municipio tiene desde el lunes a un militar retirado al mando de su seguridad, y ese nombramiento suscitó expectativas por dos razones fundamentales: el miedo y el hartazgo. La figura del mayor Roberto Orduña Cruz se ha recibido como una bendición papal, aunque la experiencia de mandos castrenses ha sido desafortunada en muchas otras policías del país.

Su antecesor, Guillermo Prieto Quintana, debió retirarse en la más lamentable de las condiciones: lo suyo fue una huída por su vida más que un relevo de lógica policiaca, como quiso venderlo el alcalde José Reyes Ferriz. Ese abandono no hizo sino matizar la ya de por sí negra historia local y dejar el corrosivo sentimiento de la angustia.

El año, es verdad, abrió episodios inéditos impulsados por cuestiones criminales de alta factura. Una policía descompuesta por el asesinado de casi dos decenas de elementos y la deserción de quienes temieron ver cumplidas las amenazas en contra, no hizo sino llevar a niveles de exaltación otros órdenes delictivos.

Lo de un recrudecimiento de la violencia las semanas y meses siguientes es algo que ya anunció el gobernador José Reyes Baeza. Sin embargo, no es solo la descarnada consecuencia de las balas lo que coloca a Juárez como una patria insufrible, sino los episodios de trasgresión comunes que afectan a una inmensa mayoría.

El municipio, ya lo dijimos, se supone más vigilado que nunca. En teoría hay cerca de 3 mil militares pendientes de él, y otro medio millar de policías federales, además de las fuerzas locales de seguridad. Los ajustes que atemorizan al ciudadano común son la noticia que vende, pero en las entrañas se gestan diarias batallas de sobrevivencia.

¿Qué hace una familia despojada de su vehículo, asaltada en un restaurante? ¿A quién recurre la mujer violentada, el estudiante destrozado a puños unos metros antes de llegar a casa? Todos se sobrecogen en su miedo y frustración. La autoridad no responde y no parece haber nadie que lleve la belleza del discurso al terreno que se pisa.

Habría que replantearse la lectura de los hechos que sacuden a la sociedad para entonces comprender, como dice el alcalde, que el arribo de un nuevo mando en la seguridad pública hará posible el paulatino avance de un esquema de control y con ello el retorno de la serenidad.

No hay comentarios: