domingo, 6 de julio de 2008

CUCU , EL TRANSGRESOR

"El arte no es lugar para imponer sino para generar”
En su última novela, el autor de Zelarrayán propone una historia paralela de los orígenes de la patria, mostrando a los próceres como “banda de cagones, egoístas, mujeriegos y borrachos de la peor calaña, para desescolarizarlos”, dice.
Por Silvina Friera en página12
Cucu es un personaje que no tiene límites: “Tómame o déjame”, parece decir este “rebelde way de la literatura de la patria”, que cosecha a diestra y siniestra fanáticos y detractores. Es salvaje, atolondrado, exagerado; un rey de la incorrección, por momentos revulsivo. El zamarrea de punta a punta la historia con mayúsculas, baja del pedestal a los próceres –figuras que considera inventos funcionales al poder europeo– y los muestra como una “banda de cagones, egoístas, mujeriegos y borrachos de la peor calaña”. Propone tomar “la historia por el culo” y “desescolarizarla”; inventa hechos, tergiversa a su antojo. San Martín, el Libertador de América, es un contrabandista que trae negros desde Africa en un barco inglés. Es homosexual, está enamorado de su lugarteniente Clodoaldo Maripili, fuma marihuana –le daba a la hierba todo el día y gracias a ella cruzó la cordillera y liberó América– y tiene varios hijos ilegítimos, entre otros a Ernestito Cucurtú. Cuando regrese a Buenos Aires, en mayo de 1810, protagonizará una revolución al liberar a los esclavos, que encabezarán una orgía sexual, social y política que dejará todo patas para arriba. “¡Qué insoportable olor a peronismo había en este Cabildo musical, en este virreinato cumbiantero y conventillero cien años antes de Perón! ¡La patria antes de nacer, en la cuna, antes de la emancipación, ya era peronacha”, dice Cucu. Y reescribe las biografías de algunos integrantes de la Primera Junta. Castelli era el disc jockey de la revolución en el Cabildo; Paso, “el principal agitador en las reuniones”; los hermanitos Manuel y Mariano Moreno conquistaron la fama por “las fastuosas jodas sexuales” que organizaban. En la óptica desmesurada de Cucu, los próceres parecen más interesados en quedarse tirados al sol, bailar cumbia, tomar cerveza y “resolver sus problemas a pijazos”. Cucu es el personaje que creó el escritor Washington Cucurto –seudónimo de Santiago Vega–, el protagonista de todas sus novelas. Y, claro, también de la última: 1810, la Revolución de Mayo vivida por los negros (Emecé).
En un bar de Almagro, en Perón y Mario Bravo, muy cerca de su casa, Cucurto y su hija de dos años, Morena, desayunan café con leche y medialunas de grasa. “Era una época de mucho agite, donde el país se estaba formando, con muchos aires de revolución. A lo mejor a fin de 2001 también hubo un aire de emancipación parecido. Me imaginé la Revolución de Mayo como una fiesta sexual porque es mi estilo escribir sobre esos temas. El sexo es un gran tabú de la humanidad, pero para mí siempre fue un disparador”, cuenta el escritor en la entrevista con PáginaI12. La novela empieza cuando en la biblioteca de Cucu aparecen unos manuscritos sobre la Revolución de Mayo de su abuela Olga. “Si mi tatarabuela fue amante de San Martín, puede ser que mi bisabuela haya sido hija ilegítima de San Martín, o dicho de otra manera mi tatarabuelo fue el Libertador de América”, se entusiasma el narrador ante el hallazgo. La madre le revela que le dejó unos manuscritos a una vieja, Eulogia, que vivía en Berazategui. La vieja ya no estaba y una pandilla de ladroncitos ocupaba la casa. A cambio de 500 pesos, le dieron a Cucu los Papeles de Berazategui. En esos papeles hay un reportaje a su abuelo, el general Florencio Cucurtú, dueño de Florencio Varela, datos sobre los Cucurto y un mapa de viaje desde Africa hasta el Río de la Plata. Los Cucurto fueron familia ilegítima de San Martín, y partícipes primeros de la Revolución de Mayo. Cucu le escribe una carta a San Martín, desde su pieza del barrio de Constitución y desde su condición de “escritor cumbiantero contemporáneo que no acepta la historia como se la contaron otros”. Y como no acepta la historia oficial, su postura radical no consiste en reescribirla sino en inventarla.
–¿Por qué eligió como protagonista central de su novela a San Martín, que no estaba en Buenos Aires en mayo de 1810?
–Es el gran personaje histórico de Latinoamérica, es el Libertador. Siempre sentí mucha atracción por San Martín. Los otros, por ejemplo, Moreno, no son muy conocidos ni populares; en cambio cualquiera sabe quién es San Martín, es el más popular, es el héroe, el que cruza la cordillera de los Andes, el que libera países. Es como un Che Guevara, un personaje querible. La idea del libro es que la historia la puede escribir cualquiera. No me sentía en 1810 mientras escribía la novela; sentía que estaba hablando del presente, que la historia te permite pensar el presente.
Novela repleta de referencias literarias y de juegos a lo Cucurto, hay diálogos con su editor, Santiago Llach; menciones al poeta, librero y editor Francisco Garamona (Mansalva), al editor Gustavo López (Vox) y una batalla en el Monte de Berazategui en la que luchan, como soldados, David Viñas, César Aira, Julio Cortázar, Eduardo Mansilla y Carlos Gamerro. “Invento una especie de arte poética en la que trato de darle algún tipo de función social a lo que escribo. Veo otra manera de hacer literatura, de pensar los libros y la escritura”, plantea Cucurto. “El plagio es una tradición en la literatura argentina, hay ideas y conceptos que se transmiten de generación en generación hasta nuestros tiempos. Todos los autores contemporáneos trabajamos con ideas que fueron pensadas antes, entonces se puede interpretar el plagio como un elemento tradicional de la literatura –explica Cucurto–. Les afano a todos los clásicos y a los autores actuales también, los leo mucho y me inspiran. Pero pasa en todas las ramas de la vida, en la política, en el trabajo; estamos completamente contaminados por todo.”
–Cucu dice que tiene que salir a matar como un boxeador, porque “¡un boludito que escribe en un blog o tiene 3000 caracteres en un diario no le va a venir a sacar la comida de la boca a mis hijos!”. ¿Es la manera que elige para atacar a quienes lo critican?
–Es una broma, es un concepto de Carlos Monzón, que decía que todo rival que subía a pelear con él le quería sacar el pan de la boca a sus hijos. Yo puse eso como otro robo, otro plagio de los tantos que hago (risas). Es más o menos la misma idea salvaje de supervivencia, pero más exagerada en mi caso.
–¿Por qué lo critican tanto?
–Me critican porque no les gusta lo que hago; que mi literatura tenga mucha cosa ideológica molesta. También creo que molesta que el personaje sale en la tapa de los libros, se reitera, tiene algo de flojera. Para gente que lee literatura, les debe parecer un bleuff lo que escribo. Bueno, de hecho en muchos sentidos lo es. Es algo muy malo, muy berreta. A mí no me interesa el concepto de calidad, para mí no existe. El concepto de calidad es un elemento del capitalismo usado por las empresas. Como digo en la novela, es para el sachet de leche, pero no para el arte. La cuestión de la calidad es para alguien que quiere vender algo y necesita demostrar que esto es mejor que esto, que Vargas Llosa es mejor que Jaime Bayly. Pero no es así, son escrituras distintas y todas conviven. A algunos les gustará más o menos, es una cuestión de gustos. Pero al imponer la calidad, se separa todo y para mí el arte no es un lugar para imponer sino para generar cosas. No me gusta la literatura que está muy arriba, que no dialoga, que tiene un concepto muy imperialista: libros perfectos que no se leen, que no transmiten nada, que son sólo para eruditos. Es como imponer una cultura elevada sobre otra. Me gusta decir que mi literatura es un bleuff.
–¿Coincide con el personaje cuando define en la novela como “un género de mierda”?
–Sí, pienso eso, es muy difícil escribir novelas y hay que tener tiempo. Pero la novela es lo que lee la gente, y si uno se quiere comunicar, tiene que escribir novelas. Me parece que lo más importante es comunicarse, hacerse entender. Hace un par de años pensaba que lo que escribía no se entendía, que sólo lo entendían los intelectuales. Pero ahora me doy cuenta de que no es así. Hay mucha gente que lee y entiende lo que escribo. Más allá de los neologismos, las palabras raras, los inventos, lo que funciona es cómo se va armando la gramática. No puedo estructurar bien las oraciones, parece que estuvieran mal dichas, mal habladas, pero la oralidad nunca es perfecta, la escritura tampoco. Aunque hay mucha literatura bien escrita, a mí no me sale. Escribo como puedo los libros, a los tumbos (risas).
Morena, tan calladita que estaba con sus ojazos negros atentos a todo lo que la rodea, se cabrea para llamar la atención de Cucurto y consigue su objetivo. Ahora la reina no se queja más porque está a upa de su padre, el autor de Zelarrayán, La máquina de hacer paraguayitos, Cosa de negros y Las aventuras del Señor Maíz, entre otros títulos. El escritor cuenta que su hermano mayor, Cacho, de 50 años, es vendedor ambulante en la estación de micros de Florencia Varela. “Mientras vende, le reparte a la gente fotocopias de mis notas”, revela. Cucurto no se cansa de desacralizar la literatura, aunque se repita. Prefiere la reiteración, antes que la solemnidad y el bostezo. “Para mí la literatura es un entretenimiento, es como jugar, por eso mi cara y mi cuerpo aparecen en las tapas de mis libros. Lo que se diga o cómo me vean es parte del juego. No me considero el negro de la literatura, simplemente escribo libros.”
–Pero los que lo critican y le pegan en los blogs, ¿no lo están poniendo en ese lugar, el del negro de la literatura?
–Los que me pegan me prejuzgan porque no me conocen o leen de una sola manera. Está bien, también uno se tiene que aguantar lo que dicen, hay que hacerse cargo de lo que se escribe. No me quejo, no soy quejoso, simplemente hablo de lo que generan mis libros.

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