CHARLY GARCIA ACTUO AYER, FRENTE A LA BASILICA DE LUJAN
El escenario como terapia
En medio de un duro proceso de recuperación, el músico volvió ayer a tocar. El “regreso”, después de ocho meses, resultó histórico, pero no necesariamente para bien. Charly lució lento y desorientado, ante unos 700 fans que lo ovacionaron en todo momento. ¿Era necesario?
Por Facundo García en página12
Dicen que la diferencia entre el talentoso y el genio es que el primero maneja sus capacidades a voluntad, en tanto que el segundo es dominado por una fuerza externa que a veces lo termina consumiendo. Y es difícil deshacerse de esa idea luego de haber presenciado el concierto que dio ayer Charly García frente a la Basílica de Luján para “agradecer a Dios por su mejoría”, según indicaron sus allegados. Poco después de las 18, la modesta muchedumbre que había acomodado horarios para poder asistir a lo que la televisión anunciaba como “un histórico regreso”, vio bajar de una combi a un individuo relleno y alto que se apoyaba en Palito Ortega. Aunque pareciera increíble, el que venía avanzando era el ídolo esperado; sólo que pasado por una crisis de alcohol y drogas y su posterior –y a todas luces incompleto– tratamiento.
Se produjo un consenso espontáneo: consenso de los espectadores para disimular su sorpresa y consenso de los movileros de TV, que no mencionaban que el músico estaba visiblemente mal, o por lo menos con más necesidad de una tarde tranquila que de esa euforia. Al momento de los bifes –que para Charly llega cuando está frente a sus instrumentos–, el hombre estaba mal. El primer tema fue “Demoliendo hoteles”. ¿Y qué decir? La biografía del bigote bicolor está llena de sucesos similares que plantean una pregunta idéntica: tirarse a una pileta desde la altura, payasear con Menem mientras arde el país o exponerse frente a las cámaras y el público en medio de un duro proceso de recuperación. ¿Es realmente necesario?
Hacía ocho meses que no se veía al artista en escena. Su última crisis en Mendoza, en junio de 2008, lo había obligado a guardarse. En consecuencia, la euforia por su reaparición suspendió por poco más de media hora los cuestionamientos que flotaban en el aire. García –de jean, saco y corbata negras y camisa blanca– se puso al teclado y, con el flequillo sobre sus flamantes cachetes, intentó tocar. A su espalda había un cartel con la leyenda: “La paz es posible si usted quiere. Charly”, y la presencia siniestra de ese “usted” –¿por qué no eligió escribir “vos”?– daba la pauta de que algo no está bien, por más que la banda conformada por “el Zorrito” Fabián Quintiero y los chilenos Kiushe Hayashida (guitarra y coros), Tonio Silva Peña (batería) y Carlos González (bajo) mantuviera a rajatabla el ralentado ritmo de los viejos hits que empezaron a sucederse.
“Promesas sobre el bidet” fue la segunda canción. El ambiente iba tomando temperatura y Charly pidió que la gente no volteara las vallas. “Así nosotros seguimos rockeando”, espetó. Continuó con “No me dejan salir”, “Cerca de la revolución”, “Influencia” y “No voy en tren”. La frutilla del salado postre llegó con el Himno, que sonó con citas a Tears for Fears frente a la bandera argentina y la del Vaticano que se encuentran en Plaza Belgrano. Toda una postal. El reencuentro había sido histórico, aunque no necesariamente para bien. Y como a la historia le gustan las simetrías, Charly se despidió y, buscando una salida, agarró para cualquier lado, en una situación calcada de aquel episodio penoso de De la Rúa en el programa de Tinelli. Finalmente se encaminó entre empujones y partió hacia lo desconocido, en todos los sentidos que pueda tener esa expresión.
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El escenario como terapia
En medio de un duro proceso de recuperación, el músico volvió ayer a tocar. El “regreso”, después de ocho meses, resultó histórico, pero no necesariamente para bien. Charly lució lento y desorientado, ante unos 700 fans que lo ovacionaron en todo momento. ¿Era necesario?
Por Facundo García en página12
Dicen que la diferencia entre el talentoso y el genio es que el primero maneja sus capacidades a voluntad, en tanto que el segundo es dominado por una fuerza externa que a veces lo termina consumiendo. Y es difícil deshacerse de esa idea luego de haber presenciado el concierto que dio ayer Charly García frente a la Basílica de Luján para “agradecer a Dios por su mejoría”, según indicaron sus allegados. Poco después de las 18, la modesta muchedumbre que había acomodado horarios para poder asistir a lo que la televisión anunciaba como “un histórico regreso”, vio bajar de una combi a un individuo relleno y alto que se apoyaba en Palito Ortega. Aunque pareciera increíble, el que venía avanzando era el ídolo esperado; sólo que pasado por una crisis de alcohol y drogas y su posterior –y a todas luces incompleto– tratamiento.
Se produjo un consenso espontáneo: consenso de los espectadores para disimular su sorpresa y consenso de los movileros de TV, que no mencionaban que el músico estaba visiblemente mal, o por lo menos con más necesidad de una tarde tranquila que de esa euforia. Al momento de los bifes –que para Charly llega cuando está frente a sus instrumentos–, el hombre estaba mal. El primer tema fue “Demoliendo hoteles”. ¿Y qué decir? La biografía del bigote bicolor está llena de sucesos similares que plantean una pregunta idéntica: tirarse a una pileta desde la altura, payasear con Menem mientras arde el país o exponerse frente a las cámaras y el público en medio de un duro proceso de recuperación. ¿Es realmente necesario?
Hacía ocho meses que no se veía al artista en escena. Su última crisis en Mendoza, en junio de 2008, lo había obligado a guardarse. En consecuencia, la euforia por su reaparición suspendió por poco más de media hora los cuestionamientos que flotaban en el aire. García –de jean, saco y corbata negras y camisa blanca– se puso al teclado y, con el flequillo sobre sus flamantes cachetes, intentó tocar. A su espalda había un cartel con la leyenda: “La paz es posible si usted quiere. Charly”, y la presencia siniestra de ese “usted” –¿por qué no eligió escribir “vos”?– daba la pauta de que algo no está bien, por más que la banda conformada por “el Zorrito” Fabián Quintiero y los chilenos Kiushe Hayashida (guitarra y coros), Tonio Silva Peña (batería) y Carlos González (bajo) mantuviera a rajatabla el ralentado ritmo de los viejos hits que empezaron a sucederse.
“Promesas sobre el bidet” fue la segunda canción. El ambiente iba tomando temperatura y Charly pidió que la gente no volteara las vallas. “Así nosotros seguimos rockeando”, espetó. Continuó con “No me dejan salir”, “Cerca de la revolución”, “Influencia” y “No voy en tren”. La frutilla del salado postre llegó con el Himno, que sonó con citas a Tears for Fears frente a la bandera argentina y la del Vaticano que se encuentran en Plaza Belgrano. Toda una postal. El reencuentro había sido histórico, aunque no necesariamente para bien. Y como a la historia le gustan las simetrías, Charly se despidió y, buscando una salida, agarró para cualquier lado, en una situación calcada de aquel episodio penoso de De la Rúa en el programa de Tinelli. Finalmente se encaminó entre empujones y partió hacia lo desconocido, en todos los sentidos que pueda tener esa expresión.
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