domingo, 22 de julio de 2007

EL DIARIO DE RUTKA LASKIER

Diario del gueto

Si Dios existiese no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a hornos crematorios, que las cabezas de los niños fuesen destrozadas a culatazos o se les encerrase en sacos para ser gasado hasta la muerte". Lo escribió Rutka Laskier, una judía polaca de 14 años, el 5 de febrero de 1943, pocos meses antes de morir en el infierno del campo de exterminio de Auschwitz, en un diario que escondió antes de ser deportada y que ha tardado 63 años en salir casi milagrosamente a la luz.
Rutka empezó a redactar el cuaderno el 19 de enero de 1943, con su país ocupado por los alemanes y éstos poniendo en práctica lo que Hitler y sus secuaces llamaban "solución final del problema judío", y que la historia ha acuñado con el nombre de Holocausto. La chica vivía con sus padres y su hermano menor, Henius, en condiciones más que precarias, en una sola habitación de un piso del gueto de Bedzin, al sur del país. Y como refleja su diario, que recuerda el ya mítico de Ana Frank, era perfectamente consciente de lo que estaba pasando en Europa y del destino horrendo al que se enfrentaba.
"El cerco en torno a nosotros se hace cada día más estrecho", escribe el 5 de febrero. Pero la barbarie aún había de brindar a Rutka tres meses preciosos, antes de su viaje al matadero de Auschwitz, para llenar unas 60 páginas manuscritas en un sencillo cuaderno. Su contenido es un singular relato en el que esta adolescente entrelazó el miedo y las atrocidades en los que estaba inmersa y la pujanza de una adolescente que apenas se asomaba entonces a los secretos de la vida.
"Hoy he visto a un soldado alemán arrancar a un bebé de las manos de su madre y partirle la cabeza a golpes contra un poste de la electricidad. La madre enloqueció. Yo estoy aterrorizada cuando veo uniformes. Me estoy convirtiendo en un animal a la espera de la muerte". Ése es el mundo que rodeaba a Rutka un día cualquiera -el día 6 de febrero de 1943- en la rutina del gueto.
Y, sin embargo, tan sólo unos días después, la adolescente tiene ya otras cosas muy diferentes en la cabeza: "He decidido dejar que Janek me bese. Al final, alguien tendrá que darme el primer beso. Entonces, que sea Janek. Me gusta".
Aparecen el amor y la sensualidad, junto a las dudas que a menudo los acompañan; pero todo se interrumpe el 24 de abril, cuando Rutka apunta su última nota poco antes de que la familia Laskier sea deportada, primero a otro gueto y luego a Auschwitz, que ha pasado a la historia como máximo exponente del horror nazi. Rutka morirá allí. Acabada la guerra, los historiadores establecieron que tan sólo en ese campo de exterminio fueron asesinados más de un millón de judíos y decenas de miles de gitanos y de opositores políticos polacos y soviéticos.
Antes de ser deportada, sin embargo, la joven Rutka -que nació probablemente en la ciudad de Gdansk, aunque hay alguna duda al respecto- tiene la voluntad, la lucidez y la habilidad para ocultar el cuaderno en un escondrijo. Lo hizo bajo las escaleras de la casa de la calle Kasernerstrasse, número 13, por indicación de Stanislawa Sapinska, una amiga, cristiana, unos 10 años mayor que ella.
"Yo vivía con mi familia en esa casa antes de que los nazis llegaran a Bedzin", rememora ahora Sapinska, que tiene hoy 89 años, desde esta ciudad polaca. "Cuando nuestra zona fue convertida en gueto, los vecinos no judíos fuimos trasladados a otro barrio. Sin embargo, como yo trabajaba cerca de la vivienda familiar, mi padre me pedía a menudo que me acercara a ver en qué condiciones se encontraba. Así terminé trabando amistad con Rutka".
Sapinska aprovecha a veces la pausa de la comida para ir a ver a su nueva amiga. Se sientan en un banco cerca de la casa y charlan. "Era una chica agradable y sensata, y más madura de lo que su edad podía hacer pensar", recuerda. "Nuestra amistad no fue muy larga, pero se hizo enseguida estrecha, quizá por la dureza de los acontecimientos que nos rodeaban. Llegué a sentir hacia ella el cariño de una hermana mayor".
Entre tanto, la máquina de exterminio nazi se acerca, y Rutka lo sabe. "Pese a su juventud, estaba siempre mejor informada que yo", cuenta Sapinska. Tanto que, todavía hoy, sospecha que estaba en contacto con alguna organización de la resistencia.
El alto grado de conocimiento que tenía Rutka sobre lo que ocurría en Auschwitz resulta bastante insólito, ya que, por aquella época, lo ignoraban la mayoría de los judíos. Eso, sin embargo, no suscita dudas en Yad Vashem, el centro israelí dedicado a mantener viva la memoria del Holocausto que, con la publicación del diario, avala la autenticidad del mismo.
Dadas las circunstancias que la rodean, no tarda en llegar el momento en el que la adolescente empieza a perder la esperanza. "Siento que ésta es la última vez que escribo. Hay una aktion [redada] en la ciudad. No puedo salir y estoy enloqueciendo, presa en casa. Esto es un tormento, es el infierno. Intento huir de estos pensamientos, pero me persiguen como moscas fastidiosas. Si sólo pudiese decir se acabó. Sólo se muere una vez..., pero no puedo porque, pese a todas estas atrocidades, quiero vivir, y espero el día siguiente. Eso significa esperar Auschwitz". Es el 20 de febrero.
Rutka se equivoca. Aún tendrá tiempo de escribir más, de dudar de su amor por Janek, de arrepentirse de haberle tratado mal en alguna ocasión, de sentirse agotada por el miedo que lee en las caras. Ante semejante escenario, Rutka decide confiar a su amiga la existencia de su diario y le expresa su deseo de que el cuaderno no se pierda pase lo que pase.
"Como yo conocía la casa, le indiqué un escondrijo que podría utilizar en el caso de que surgieran problemas", explica Sapinska. "Acordamos que, si le pasaba algo, yo me acercaría después de la guerra para recuperar el diario".
Así lo hizo.
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