domingo, 8 de julio de 2007

LITERATURA ARGENTINA

Versiones de un canon

Por Patricio Lennard para Radar

Escritos sobre literatura argentina
Beatriz Sarlo
Siglo Veintiuno

Mayormente justificadas por el afán de exponer los visos de una trayectoria, o por la no siempre encomiable voluntad de desempolvar páginas amarillentas, las recopilaciones de ensayos entran en la clase de libros que un autor nunca escribe. Así, reuniendo lo que hasta ahora había estado disperso en diarios, suplementos culturales, prólogos de libros, publicaciones académicas y en varios números de Punto de Vista, la revista que dirige hace casi 30 años, Beatriz Sarlo ha publicado en un grueso volumen los textos sobre literatura argentina que escribió entre 1980 y el presente. Un gesto que hace de este libro una summa de la actividad de Sarlo como crítica, al tiempo que compone un mapa de lecturas superpuesto, en gran medida, al canon literario argentino.
Interesada desde siempre en investigar las relaciones entre sociedad y producción cultural, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX (de lo que sus libros Una modernidad periférica y El imperio de los sentimientos son ejemplos notables), e impulsora de una perspectiva sociológica sobre la literatura influida por las ideas de Raymond Williams y Pierre Bourdieu, entre otros, Sarlo ha sabido poner bajo una nueva luz varios de los textos más transitados de nuestra literatura. Un logro que no alcanza a disimular, sin embargo, el carácter poco audaz del recorte que de ésta realiza; lo que explica, por ejemplo, que Sarmiento sea el único autor del siglo XIX sobre el que se detiene, que la obra de Borges sea el centro al que inevitablemente regresa, o que Juan L. Ortiz sea uno de los dos poetas sobre los que escribe.
Su lectura del canon, no obstante, dista de cualquier condescendencia. De ahí que Sarlo exponga sus reparos sobre la obra de Martínez Estrada (su proyecto “ya era viejo cuando comenzó a escribirlo”, puesto que “no se puede ser Sarmiento en el siglo XX”) o, de manera más previsible, sobre Cortázar (“piadosamente se admite que fue un gran escritor que hoy sólo puede interesar a miles de lectores, pero no a lectores entendidos”). Entre los llamados “Clásicos del siglo XX”, el caso de Juan José Saer es bien particular, puesto que de la lista de autores canónicos es el único que Sarlo lee de manera simultánea a la aparición de sus libros. Allí, pues, no sólo se aprecia su olfato para detectar la originalidad de Saer sino también lo mucho que contribuyó para prestigiar una obra que durante veinte años pasó casi inadvertida. Un gesto de enfática valoración (Sarlo pone al autor de Glosa a la altura de Sebald y de Bernhard) que sostiene una operación en la que se juega el mérito de haber hecho legible la obra de Saer en la literatura argentina. No en vano la autora define su libro en el prólogo como una “toma de partido crítico”. Una toma de partido que tiene un momento obvio (Borges, en vez de Cortázar) y un momento crucial (Saer, en vez de Puig), y que también la lleva a pasar casi por alto la obra de César Aira (promotor, como otrora Borges con Carriego y Macedonio, de un canon excéntrico cuya santísima trinidad está formada por Copi, Pizarnik y Osvaldo Lamborghini, autores de los que Sarlo no parece ser justamente devota).
Reacia a las grandes exhibiciones teóricas o a las distracciones por efecto del estilo, y preocupada mayormente por auscultar los signos socioculturales e históricos encarnados en la literatura, Sarlo deja ver, en ocasiones, que si se detiene ante la obra de ciertos escritores es porque simplemente se adecuan a su aparato crítico. Así es como en los Testimonios de Victoria Ocampo y en las memorias de Manuel Gálvez sondea “verdades sociológicas” (de la cultura oligárquica, en la primera; del campo intelectual y del rol social del escritor en la primera mitad del siglo XX, en el segundo). Un ejercicio que lleva a cabo de manera magistral cuando lee en las obras de Borges y Arlt las formas que allí adquiere la ciudad moderna.
Haciendo que la crítica no hable sólo de literatura Sarlo logra ampliar los alcances de su propio discurso, cometido que desde hace décadas la lleva a escribir en los medios masivos , y que más de una vez deja a su obra en el cruce entre divulgación y cultura de expertos.
En lo que hace al disperso panorama de la literatura más contemporánea (en el que si hay un escritor que goza del favoritismo de la autora, de manera un tanto excesiva, podríamos decir, ése es Sergio Chejfec), una hipótesis fuerte que aparece en Escritos... es la que postula que la Historia ha dejado de ser un eje de la ficción argentina, y que el escenario de la actualidad es lo que las novelas que hoy son leídas como “lo nuevo” dan en representar “etnográficamente” (desde los usos que hacen del chat y del e-mail Daniel Link y Alejandro López, hasta la filosofía cumbiera de Washington Cucurto). Una literatura ante la que Sarlo no disimula sus reservas y que, según ella, lleva la “imitación del ‘método Puig’” inscripta en sus genes, pero que aborda con la misma lucidez, inteligencia y claridad que le son características.

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